Violación grupal en San Pedro: hablaron los padres que organizaron la fiesta

El penitenciario Leo Macelli y su esposa relataron los detalles de la noche en que Valentina fue abusada por cinco changarines. La golpiza a los detenidos y los roces con la madre de la joven violada.

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Con 500 chicos y adultos invitados, la fiesta de quince a mediados de marzo último de la hija de Leo Macelli y su mujer, Vanina, en la Quinta El Nono -una vieja estancia remodelada como salón de eventos- se había vuelto uno de los eventos más anticipados en todo San Pedro. “Queríamos darle a nuestra hija la fiesta de su vida”, dice Macelli a Infobae. Tuvo que endeudarse hasta el cuello para hacerlo. Macelli -un cabo del Servicio Penitenciario Bonaerense que cumple tareas en la Unidad N°47 sobre el Camino del Buen Ayre- tomó préstamos en cuatro bancos y no escatimó ningún gasto: dos cascadas de chocolate caliente, quince minutos de fuegos artificiales, dos sistemas de sonido y un generador de energía, un carruaje y un vestido bordado en piedras de 14 mil pesos. Había comenzado a pagar el salón dos años antes. Pero poco después del baile, cerca de las tres de la mañana, algo salió mal. La fiesta había estallado en caos.

Algunas chicas comenzaron a señalar a Valentina, invitada con asiento en la mesa 3. “Me robaron el celular”, le dijo Valentina a Vanina. “Me falta la bombacha”, le dijo poco después. Vanina afirma: “Le digo de ir al baño a charlar, me dijo que no quería ir. No vi signos de que la habían atacado: estaba asustada, rodeada de sus amigas. En ningún momento dijo qué le había pasado. Ahí, ella llama a la mamá.” Poco después, ante su madre –María– y luego en la comisaría de la zona, Valentina relataría cómo cinco extraños la forzaron a practicarles sexo oral a punta de pistola frente a su novio detrás de unos pinos a cincuenta metros de la pista de baile, un hecho investigado por el fiscal de menores Alejandro López, que ya tiene tres detenidos y dos prófugos, uno de ellos identificado y con pedido de captura, todos ellos changarines del barrio La Tosquera, un asentamiento de ranchos a cinco kilómetros de donde ocurrió la fiesta. Hoy, tres meses después, la situación es por lo menos tensa para Macelli y su mujer. Los roces con la madre de Valentina se intensifican.

María, la madre de Valentina, que ayer dialogó con Infobae, estima en privado que Macelli no colabora en la causa, que se niega a presentar testigos. Lo mismo cree el fiscal López: según fuentes cercanas a la causa, Macelli estuvo entre los primeros en declarar. Luego, habría comenzado a retacear información. El fiscal López, ante testigos que no aparecen, ya medita hacerlos declarar traídos por la fuerza pública. Junto a su mujer, el penitenciario niega esto: “Entregamos el listado completo de invitados, incluidos los 250 que venían después de las 12″.

Vanina asevera: “La madre de Valentina me pidió testigos. Pero me pidió específicamente que vaya mi hijo mayor y un compañero de Leo que es de Buenos Aires. Mi hijo, puntualmente, no vio nada distinto. Siempre le brindé ayuda, le ofrecí llevarla a los consultorios donde trabajo, mi jefe ofreció ayuda. A las dos semanas del hecho, me dijo que iban a hacer una marcha. Quería que mi hija fuese delante de la marcha. Yo entiendo su dolor, pero no tengo por qué exponer a mi hija, que es menor. Si ella tenía miedo por su hija, yo también tenía el mismo miedo”. María, en conversaciones vía Whatsapp, llegó a pedirles el video en crudo de la fiesta antes de que ellos lo tuvieran. Hasta les dijo que había contratado un investigador privado. Macelli también desmiente la posibilidad de que el ataque haya sido una venganza “tumbera” dada su condición de penitenciario, una línea de investigación que fue sostenida por López pero que duró poco, ya que ninguno de los implicados tenía antecedentes penales o vínculos aparentes con Macelli: “La gran mayoría de los presos sampedrinos están en San Nicolás”.

A pesar de las críticas, Macelli fue clave en las dos primeras detenciones: un detenido menor de edad y otro mayor recibieron una golpiza con severas lesiones en la cara en el predio. Todo comenzó cuando una chica invitada le dijo al penitenciario en plena fiesta: “Afuera hay un chico que nos está asustando con un arma de juguete”. No era un juguete: era un arma calibre .38, cargada y funcionando de acuerdo a pericias balísticas luego de que fue hallada en un rastrillaje poco después del hecho.

Macelli recuerda: “Justo estábamos por ver el video que le hicieron sus amigas a mi hija. Entonces, me levanté con algunos de mis compañeros. Había, entre hombres y mujeres, cerca de trece efectivos del Servicio Penitenciario más algunos policías. Entre los autos, en la última hilera, cerca del parrillero estaba el menor detenido, con el torso desnudo. Le digo: ‘¿Qué hacés acá?’. Le manoteo el brazo y cambia el arma de mano. Ahí, lo reduzco. ‘¿Quién te mandó? ¿Qué hacés con un arma acá?’, le dije. Y me responde: ‘No, no, vinimos a tomar algo, nomás. Somos cinco’. Ahí pedí que manden un patrullero y se lo llevaron. Ese fue el primero”.

Cuando Valentina dijo a la mujer de Macelli que le habían robado el celular, la primera reacción fue llamar a ese teléfono: el sonido vino desde debajo de una camioneta en el estacionamiento. Lo tenía el segundo detenido, un mayor de edad, que también recibió una paliza, no de los adultos, dice Macelli, sino de los chicos de la fiesta. Las fotos de ambos detenidos en la guardia del hospital de San Pedro terminaron en Facebook a los pocos días. Macelli acota: “Menos mal que no nos enteramos que la habían violado. Habría terminado de otra manera”. Poco después, llegó la madre de Valentina. Macelli la vio primero hablando con los policías presentes, que habían llegado en seis móviles: “Decía: ‘A mi hija la manosearon’. Le dije que vaya a la comisaría. Me respondió que ‘quería llevarla a la casa para que se bañe’”. Vanina agrega: “No vi signos de que la habían atacado: estaba asustada, rodeada de sus amigas. En ningún momento dijo qué le había pasado. Ahí, ella llama a la mamá”.

Hubo otro problema que para el penitenciario y su familia fue clave: un supuesto incumplimiento de los responsables de la quinta El Nono de proveer iluminación y seguridad, algo que había prometido, según Macelli. Más allá del casco, en donde ocurría la fiesta, el terreno estaba completamente a oscuras. No había un solo efectivo en el predio para custodiar con una linterna. Vanina asevera: “Nosotros no queríamos que pase eso. Queríamos que esté bien iluminado y con seguridad. Nos dijo que sí, que se hacía cargo, que me quedara tranquila. Dijo que iba a estar toda la seguridad rodeando el predio. No había nada de lo que me había dicho al llegar. Yo ya estaba en la fiesta con la gente”. Su marido, a esto, dice: “Si el dueño me decía que no tenía seguridad, yo ponía”.

Fuente: Infobae

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