El día que se retire nos habremos dado cuenta del fenómeno que ha generado Messi en todo el mundo. “Cuando llegamos al estadio estaba repleto de camisetas argentinas.
Acá, allá, para dónde ibas te cruzabas con una. ¿Argentinos? No, nada que ver. Latinoamericanos, africanos, asiáticos, europeos. Todos hinchas de Argentina por Messi. Fue increíble…”, contó uno de los miles de fanáticos de la selección que tuvieron la suerte de poder viajar y vivir horas inolvidables en la Copa América en USA.
Es que el fenómeno Messi no tiene antecedentes globales en tiempos de redes sociales y celulares calientes que llevan cualquier noticia hasta los confines del planeta tierra. Esa camiseta con el 10 en la espalda ha traspasado todos los límites y ahora va por la conquista final de un mercado siempre díscolo al fútbol como ha sido el norteamericano.
Este movimiento global, mezcla de economía y sentimiento, está protagonizado por un muchacho de 37 años que todavía goza de jugar al fútbol. La imagen del llanto en medio de la final con Colombia, a sabiendas que ya no podría hacer nada por la victoria de su equipo, fue conmovedora. ¿Qué le falta ganar a Messi en el deporte? Nada. ¿Fortuna? La tiene de sobra. ¿Fama? Es el hombre más conocido del mundo y lo será por mucho tiempo. ¿Familia? El hombre luce súper feliz con su mujer y los hijos. ¿Qué puede entonces moverle el piso para llorar como lloró?
Quizás allí esté el secreto de su vigencia. El amor por el juego, el amor por lo que hace y esas ganas infinitas de competir y ser el mejor. Sólo así se explica las razones para querer seguir ganando después de ganar. El deporte ha tenido otros ejemplos de ganadores eternos que siguen recreando su propia ambición por triunfar después de llegar a la cima: Jordan, Federer, Nadal, Schumacher. Todos tienen eso en común con Messi. Claro que el argentino juega al deporte más popular del planeta, con lo que eso significa.
Ese amateurismo bien entendido ha forjado y construido la grandeza de Messi y lo ha hecho liderar sin tener las características propias de un líder. Messi ha liderado desde el ejemplo, sin gritos y con perfil bajo. Ha liderado con sus actos, algo tan difícil de encontrar en los tiempos modernos. Y le pasó lo que le pasa a todo el mundo, en su nivel claro. Se frustró con Argentina, lo vivía como un fracaso. El justo, que ganó todo. Pero ahí está latente su espíritu amateur, ese que demostró en carne viva llorando ante cientos de millones de ojos que lo estaban mirando.
Messi ha sido a lo largo de su vida, otro ejemplo de determinación. Sus problemas de crecimiento lo llevaron a Barcelona. Superó todos esos obstáculos, aunque su sentimiento de argentinidad nunca desapareció. Se sobrepuso al desarraigo, y a transitar en un ambiente desconocido, lejos de su Rosario natal. La fama siempre la surfeó. Los que lo conocen bien sostienen que es un tipo sencillo, familiero, que nunca se la creyó. Hay infinidad de testimonios que dan cuenta de eso.
En la Selección fue tal el sentimiento de frustración que renunció. Sus ganas y su deseo de ganar con esa camiseta hicieron que volviera. Al final, el fútbol, que es un juego maravilloso donde la lógica no siempre gana, le dio lo que le faltaba. Compensó la deuda que tenía con él.
Primero en Brasil, después en Qatar y ahora en Estados Unidos. Cómo no se van a entender esas lágrimas. Ojalá que el ejemplo de Messi sea inspirador para las generaciones actuales y las que vengan. Argentina es un país raro. Capaz de parir a Maradona y Messi, distintos pero en el fondo parecidos. Ese don que Dios les dio para jugar al fútbol lo aprovecharon, con sus y con sus menos, sin juzgar. Maradona estará para siempre en la piel de los argentinos. No se va a morir nunca en el alma de los que lo vieron ganarle a Inglaterra en México y levantar aquella Copa del Mundo. Messi alcanzó la inmortalidad cuando, envuelto en esa túnica transparente, levantó la misma Copa del Diego en Qatar.
Ese fuego interior que los llevó a ser los mejores del mundo en lo que hacen, debería ser una guía. Ese espíritu amateur de amor por el juego y ese deseo irrefrenable de ganar y seguir ganando, pese a todo, debería ser un norte. Argentina ha tenido la suerte de tenerlos y disfrutarlos. No se trata de hacer un beneficio de inventario. Sino de reflejarse en los mejores valores que este deportista encarna. Que sirven, al cabo, para la vida.
Agradezcamos que Messi es argentino. Que nació en esta tierra a la que ama. Y que nos representa quizás, como ningún otro lo ha hecho. Que su ejemplo cunda y guíe a las generaciones que lo idolatran porque es algo más que un futbolista. Que esas lágrimas sirvan para dimensionar lo que significa el trabajo, la determinación y el talento.
Por Jorge Barroetaveña – En Vigencia – Edición impresa «El Día de Gualeguay»