Hasta dónde aguantará Sergio Massa sólo él lo sabe. Lo cierto es que el trabajo de pinzas que kirchneristas y macristas le vienen haciendo desde hace meses ha dado resultados y las fugas se suceden.
Los que se van son los dirigentes claro, quién puede saber qué pasará con los votos. Los intereses de unos y otro confluyen, a costa de un tercero pero nadie sabe quién saldrá más beneficiado.
Es un intríngulis saber qué sucederá con el electorado que acompañó a Sergio Massa en el 2013, y que hoy sufre los tironeos voraces del oficialismo kirchnerista y la oposición macrista. Hace un par de meses, un dirigente cercano al ex intendente de Tigre y conocedor profundo de las campañas electorales se sinceró: “nos quedamos sin nafta”, espetó, poniendo en blanco sobre negro la actitud de muchos aportantes que, al ver la caída en las encuestas, empezaron a retirar su apoyo económico al candidato. Pero lo peor está por venir porque para los meses que faltan se necesitan millones y millones no sólo para sostener la estructura sino también para instalar mínimamente al candidato en los grandes medios. Y eso cuesta plata, mucha plata. Massa siempre corrió en desventaja con respecto a Scioli y a Macri. Scioli tiene el fabuloso presupuesto de la Provincia de Buenos Aires e invierte cientos de millones en publicidad. Macri, más modesto desde la Capital, no tiene un presupuesto tan abultado pero sí una generosa billetera de empresarios que lo ven como el candidato del famoso círculo rojo. Son los mismos que el año pasado se abrazaban a Massa como su tabla de salvación. Cuando olieron sangre lo abandonaron sin prejuicios.
La mutación massista tuvo otra causa, más profunda y explicable para el afán de permanencia en el poder de los caciques del Conurbano: sus posibilidades ciertas de ganar la elección presidencial. Fue un proceso que se fue retroalimentado, a la inversa, desde mediados del año pasado. Los mismos jefes distritales que lo veían como la única forma de sostenerse en el poder, en medio de un contexto económico que se auguraba complicado, lentamente empezaron a cambiar de opinión. No se trata pues de una cuestión de percepción sino de realidad. Hoy Massa no les asegura la permanencia, como sí se las aseguraba hace un año, en la cúspide después de vencer al kirchnerismo en las legislativas.
Cuando Néstor Kirchner llegó al poder en el 2003 cambió, lenta pero seguramente, la forma de relacionarse con los barones del Conurbano. Desaparecido Duhalde de la escena para siempre, la relación entre la Nación y los municipios se volvió directa, con ella la influencia que el ex presidente ejercía sobre sus muchachos. La gobernación se volvió un intermediario inútil en ese ida y vuelta, y los barones aprendieron a relacionarse con el poder de una manera diferente, mucho más directa y ágil. Es el mismo camino que varios utilizaron ahora para volver sobre sus pasos y abrazarse sin ponerse colorados a la causa ‘peronista’. Estos modernos ‘garrocheros’, lo dejaron a Massa y retornaron al redil. Se llevaron la estructura claro, y los dirigentes, ¿pero los votos también? Eso sólo se sabrá el día de la elección y allí radica la especulación más profunda de esta sangría. ¿Qué pasará con los votos de Massa? ¿Volverán como vaticinan algunos al oficialismo o se terminarán canalizando en la propuesta opositora que quede en pie?
Unos sostienen que el crecimiento de Macri de los últimos meses se debe a la caída de Massa. Son votos opositores que buscan la forma de terminar con los días del kirchnerismo en el poder. Otros, los menos quizás, afirman que ese crecimiento se explica en la disolución del experimento de UNEN. De todas maneras hay un interrogante que excede a cualquier especulación y se instala en lo más profundo del principal distrito electoral de la Argentina: cómo hace Macri para ser presidente sin ganar en Buenos Aires o al menos hacer una elección decorosa. Atrás de esto se cuela la estrategia oficial de polarizar con él la elección y quedarse con todos los votos del peronismo y adyacencias, buscando ganar en primera vuelta. En balotaje, a torta y torta, las chances descienden, esté quién esté del otro lado.
Pero Scioli deberá superar un escollo más si quiere pelearle mano a mano a Macri o a Massa la Presidencia: las resistencias de su propia fuerza y las críticas destructivas de su rival interno, fogoneado siempre por el fantasma de la resistencia kirchnerista. Parece impensable a esta altura que la Presidenta de la Nación le impida al gobernador bonaerense pelear por su sucesión. Sí, es probable que intente, con los números puestos, condicionarlo lo más posible. No es lo mismo que gane con el 70% de los votos que con un porcentaje sustancialmente menor. Marcarla la cancha será más fácil, tanto como conservar el poder de veto e influencia, la moneda más importante que Cristina busca por estas horas, pensando más allá del 10 de diciembre.
Se trata de una carrera desesperada por preservar el poder. Hasta ahora exitosa. La Presidenta sigue conservando intacta su influencia y es probable que, por error o virtud, termine siendo decisiva en el voto de la gente. Un conocido encuestador deslizó que en octubre no se tratará de ‘poner’ sino de ‘sacar’. Poner a quién es lo que no se sabe. Si de sacar se trata tiene nombre y apellido. En esa banda transita hoy el sueño de los presidenciables y el deseo de permanencia de la Presidenta. En el medio una sociedad fracturada por una percepción de la realidad que no tiene términos medios. Es el cielo o el infierno. Acá sí que no hay purgatorio.