Quiero decir antes que nada que voy a dejar de lado toda pretensión de verdades absolutas y certezas incuestionables, por lo tanto esta exposición es una construcción de opiniones personales basadas en mis recorridos teóricos y de la práctica, por lo cual seguro hay otras opiniones y fundamentos, aunque considero necesario abrir debates y discusiones respetuosas y fundadas en argumentos sólidos respecto de qué, por qué y para qué la escuela existe y subsiste, para luego poder seguir construyendo una idea de educación, enseñanza y aprendizajes en que nos podamos poner de acuerdo en algunas cuestiones básicas del devenir educativo, más en plena crisis de las instituciones y de esta en particular, no sólo porque desde hace décadas se viene planteando un cambio necesario, sino también porque la pandemia aceleró el proceso. Por lo tanto, creo que frenar, pensar, debatir y proyectar resulta necesario para evitar que la ansiedad nos colme y nos lleve a conclusiones erróneas. Parar, frenar, desacelerar y continuar lento, pero avanzando.
Muchas y muchos tienen en claro o como certeza indiscutible que la escuela enseña o debe enseñar y que allí sólo se va a aprender, no habiendo otra cosa por encima, por debajo, por adentro que no sea que los docentes enseñen y los y las estudiantes aprendan. Así es como se ve la escuela desde afuera, por eso si la pandemia cortó esa relación entre enseñar y aprender, todo fue un desastre y nos quedamos con esa descripción parcial y recortada. Dicha interpretación no conlleva un análisis profundo de los procesos educativos y la escolarización a través de los años, de las funciones, objetivos, elementos que atraviesan la escuela para realizar semejante tarea como es generar conocimiento, pero también deseo por conocer y aprender, para luego usar eso como insumo en el desarrollo personal y para la vida en sociedad.
También está en la esencia del proceso educativo producir ganas en los estudiantes, de sentirse comprendido, contenido, aceptado en un mundo lleno de matices. Cuando me refiero a últimos años lo defino en tiempo más histórico, últimos 30 o 50 años, aunque desde los 90 fervientemente se está debatiendo, pensando y poniendo en letras de molde y discursos, el fruto de tanta investigación y reflexión, no sólo desde la educación sino también desde la sociología, psicología, antropología y otras ciencias y ramas del conocimiento. Todo este caudal de información al servicio de pensar una pedagogía liberadora, de la autonomía y la emancipación basadas en la singularidad y los valores democráticos.
Claro que todas estas palabras parecen ser sólo conceptos abstractos y que cuando hablamos de enseñanza en un sentido instrumental, de conocimientos duros, fijos, como datos sacados de un manual antiguo, todas esas palabras se pierden y debilitan su sentido, entonces la educación es dar a conocer y recibir conocimiento abstracto. Silvia Bleichmar, una intelectual, doctora en psicoanálisis y socióloga ya fallecida, hablaba de un sentido ético de la educación, lo que, simplificando un profundo análisis, significa pensar en otros, construir una relación con otros, una mirada a los costados y atrás que hace visibles a esos otros, distintos e iguales, semejantes, una ética que implica un estado de emancipación capaz de romper formas acomodaticias que nublan esa posibilidad de ver dónde está la injusticia para otros y para uno mismo, sintética forma de referirme a uno de los fines y sentidos de la educación, que sólo busca poder pensar y reflexionar en sentido amplio ese enseñar-aprender y que existen más cosas que sólo enseñar contenidos que se aprenden y se usan para resolver una evaluación.
La pandemia hizo estragos en los procesos de enseñanza y aprendizaje, tanto que puso a actores no vinculados con la enseñanza a enseñar y ahí padres, además de otros sujetos, debieron tomar la responsabilidad de acompañar lo que estaba sucediendo en la escuela virtual, en proceso de aislamiento primero y distanciamiento después. Sin embargo, eso que intentó ser no logró satisfacer muchas de las necesidades de padres, estudiantes e incluso de docentes. Los tiempos, las planificaciones, los modelos, los sujetos y las decisiones, chocaron entre sí y parecieron no tener respuestas claras a este tiempo crítico y confuso, generando gran insatisfacción y nuevas demandas hacia la escuela.
La escuela como espacio, territorio y como lugar donde suceden cosas, no existió más que unos meses durante 2020 y las formas virtuales acudieron a resolver el problema de asistencia sin tiempo ni diagnóstico. La enseñanza se hizo en unas formas diagramadas temporalmente pero sin tener demasiado en cuenta lo que había sucedido antes y el aprendizaje se intentó como respuesta a innumerables trabajos prácticos. Los docentes, muchos de ellos, intentaron transmitir una postura ética, pero en muchas ocasiones cayeron en propuestas automatizadas, lo que culminó con abandonos, negaciones, frustraciones y agotamiento. Así la escuela virtual generaría, en términos numéricos, un fracaso de las opciones y propuestas ante esta crisis. No hay culpas, nadie podía prever el futuro, pero con el diario del día después, podemos decir que los resultados no fueron buenos, hemos errado en los distintos estratos de gobierno, planificación y conducción de los procesos educativos. La escuela quiso estar y no pudo, sólo hubo fantasmas de aquella, tampoco se pudo enseñar de una manera efectiva, pero si hemos podido observar que la crisis se aceleró y con ella la oportunidad para cambiar.
Ahora sí estamos a tiempo de frenar antes de hacer, de planificar y de incorporar las experiencias innumerables que desde hace décadas vienen planteando un cambio estructural y sustancial del sistema, lo cual también es una invitación a aquellos sectores de la sociedad que piden sólo “que vuelva la escuela” para intentar entender que esa escuela no es un depósito de niños, que tampoco es el lugar donde se va a aprender sólo contenidos fijos y que hoy más que nunca tenemos la obligación histórica de mirarnos como sociedad y buscar respuestas claras a la pregunta de por qué y para qué la escuela debe volver a ser protagonista en una revolución social.
Aldo Andrés Riquelme