Con apenas ocho años dejó su Italia natal para llegar a nuestro país. Gualeguay fue su destino mucho tiempo después, cuando decidió vivir en esta ciudad junto a la madre de sus hijos. Sus inicios en el mundo del trabajo fueron muy distintos al oficio que ejerce desde hace más de dos décadas: el de heladero, hoy al frente de Chocolate.
Francisco Masci (76) duda un poco sobre qué cosas de su vida podrían interesar para una entrevista, pero se deja sorprender por la charla y a los pocos minutos desanda su vida con naturalidad.
Nacido en Cosenza, Italia, “en un pueblito llamado Regina”, llegó a “este hermoso país el 23 de diciembre de 1953, con ocho años”, recuerda con precisión. Instalado con su familia en Lomas de Zamora, cursó allí hasta el sexto grado y más tarde se insertó en el mundo del trabajo, bajo la atenta mirada de su padre.
-¿Cómo llega su familia a nuestro país?
-Mis padres eran jóvenes cuando decidieron venir, tendrían algo más de 40 años. Después de la guerra muchos europeos empezaron a emigrar y eligieron América, particularmente Argentina. Mis padres vinieron para acá porque tenían parientes y amigos, pero la historia de vida y el por qué se vinieron los sabían solamente ellos.
“Mi padre —continúa— vino en el 47 y fue a la casa de unos parientes que vivían en San Justo, en la zona sur de Buenos Aires. En ese momento se lotearon unos campos en Lomas de Zamora y le gustó el lugar, compró unos terrenos y se afincó en el año 48. Hizo su casita y en el año 53 mandó a buscar a mi mamá, a mis hermanos y a mí”.
Llegado al país, Francisco retomó sus estudios. “En Italia tenía tercer grado y acá tuve que empezar de primero inferior. No tenía el idioma, entonces me costó, pero las matemáticas y esas cosas eran como en todos lados, así que esa parte la manejaba bien y en un año hice primer grado inferior y superior. En definitiva, terminé sexto grado a los 14 años. Por suerte en ese tiempo los grandotes podíamos ir a la escuela todavía”, dice entre risas.
Con todos sus hijos en la Argentina, Masci padre “nos fue dando un futuro de vida laboral a los varones. A dos hermanos les armó una sodería, a otro una carnicería y yo era el comodín, cuando mis hermanos soderos me necesitaban iba con ellos, cuando me peleaba me iba con el carnicero y así aprendí las dos cosas. Eso fue hasta los 14 años, que mi padre me dijo que tenía algo para mí y me compró un reparto de diarios. Desde ahí empecé a ser independiente”.
Lomas de Zamora, Banfield y Temperley integraban la zona en la que Francisco hacía el reparto. “Además como tenía el oficio de carnicero, por intermedio de mi hermano siempre había alguien que necesitaba algún cortador o para despostar carnes y yo iba. Lo hice durante más de 10 años, hasta el 75”, relata, mientras da cuenta que “para ese entonces ya me había puesto una rotisería, porque el comercio siempre fue lo mío. A los diarios no los abandoné, pero vi que el mercado se estaba diluyendo con el tema de Papel Prensa, que hubo problemas con Clarín que absorbió a La Razón y a Crónica. Con todo eso que pasó, en los años 78 y 79, se fue perdiendo clientela y a mí no me redituaba”.
Francisco enumera esa sucesión de labores con exactitud de historias y fechas: “Arranqué con los diarios y hacía unas changas con la carnicería, hasta que decidí no seguir por un tema político que en ese momento existía con el famoso Samid. En ese lapso había comprado mi casa y había puesto albañiles, pero con la primera lluvia entraba más agua de la que caía afuera. El clásico rezongo y decidí ir a aprender de albañil para arreglarlo”.
-¿Cómo se dio eso?
-Me fui a una obrita que estaba por ahí, me presenté diciendo que quería aprender, que ellos me enseñaran y yo trabajaba gratis. Llegó un momento que por equis motivo la empresa en la que trabajaba se fue de ese lugar y yo me quedé. Me ofrecieron un trabajo y seguí, después me daban más y más trabajos, hasta que encontré una persona que me daba un porcentaje de lo que él había cobrado y en unos meses terminamos siendo socios.
“Cada vez me perfeccionaba más, toda la gente que me enseñó y necesitaba trabajo se lo di y así me hice una empresa. Eso fue en el año 76, al poco tiempo me contrataron para decorar heladerías y de ahí viene la historia de por qué soy heladero”, cuenta.
Junto a la decoración, llegó un nuevo emprendimiento a la vida de Francisco. Sin embargo, este sería el definitivo. “Alguien me ofreció poner una heladería y me gustó. Eso fue en el año 1979, que tenía la construcción, que era un tema comercial importante porque había mucho trabajo. Además seguía con los diarios hasta ese momento y había empezado con la heladería. Se tenía que ir uno de esos trabajos y finalmente se fueron los diarios”.
-Y ahí debió aprender el oficio de heladero…
-Sí, me fui perfeccionando lo más que pude porque fue de la noche a la mañana y yo no sabía ni cómo se llamaba el dulce de leche. En el 95 decidí que no podía hacer todo, así que corté con la construcción, le dejé todo lo que tenía a mi socio y a los amigos que trabajaban conmigo y me quedé con la heladería solamente. Desde ese momento hasta la fecha sigo con eso.
-¿Gualeguay en qué momento se suma a su historia?
-Entre los eslabones de mi vida, donde hay algunos que se pueden abrir y cerrar y otros que no, está el del amor. Desde el 96 hasta el 2000 tuve muchos problemas, pero no económicos, sino personales, donde decidí venir a vivir a Entre Ríos. Gualeguay tiene un porqué y es que conocí a una chica de Galarza con la que fuimos una pareja muy importante y tenemos dos hijos. Empezamos a buscar lugar, vimos Concepción del Uruguay, Colón, muchos lugares, pero nos gustó acá.
-¿Qué le ha gustado de la ciudad?
-Todo. Me siento un gualeyo desde el primer día. Tuve contención de todas las personas, que me han recibido muy bien. Creo que yo, de mi parte, brindé lo que tenía que brindar; tengo mis convicciones, mi manera de pensar, que son de una persona normal, y respeto a todos.
-¿Qué comercio emprendió al llegar?
-Arrancamos como pizzería con la mamá de mis hijos. Nos ubicamos en la calle Primer Entrerriano y 25 de Mayo y ahí estuvimos algo más de un año, donde decidí tomar distancia, porque hacíamos solamente pizza y yo tenía deseos de hacer helado. Tomé una decisión y me ayudó en ese emprendimiento Juan Carlos Haiek, que me dijo que él ponía la heladería y yo fabricaba.
“Así fue hasta que al año me dijo que siguiera yo. En ese momento estábamos en San Antonio 187, frente a Pinocho. Ahí arrancó Chocolate el 28 de diciembre de 2001 y yo me hice cargo el 28 de junio de 2002. En 2009 el propietario me pidió el local porque lo iba a modificar y me fui a otro lado, ahí empecé a rodar y fue bravo”, rememora Francisco, que asegura que “comercialmente es complicado cuando no tenés un lugar propio, alquilás y no sabés cuándo te van a pedir el local. Ojalá que aquí este lugar que me gusta sea definitivo”.
Con las puertas de su heladería abiertas en la esquina de Rivadavia y 9 de Julio y al tiempo que prepara un cucurucho de dulce de leche, Francisco reconoce que “sabores se inventan un montón y cada heladero tiene el suyo. Por ejemplo, la tramontana es mía, porque ahora es de todo el mundo, pero la tramontana es mía, lo mismo que la selva negra. Esos dos como cremas, después en frutas tengo otros, pero eso es más común. Tramontana y selva negra son de mi propiedad, pero los sabores no se registran”.
“Si alguien viene y me pide selva negra yo sé que es cliente, porque si no lo probó no puede pedirlo. La tramontana es distinto porque ya es conocida, pero cuando llegué a Gualeguay no la conocía nadie”, advierte el heladero, tras lo cual explica que “combinaciones de sabores podemos hacer un montón y todos las hacen. Naranja con chocolate o naranja con dulce de leche, es una cosa que vos combinás, después algo que marca, como marcó la tramontana, es otra cosa. Además están los propios, en mi caso el chocolate Terra o el dulce de leche Terra, que son míos y a los que les pongo mis productos”.
-¿Hay secretos?
-No, el helado es leche, azúcar y crema, después está en la habilidad, en la mano y en el sabor de cada uno. Yo estudié bastante con ingenieros que me enseñaron mucho.
Mientras señala que fue en 1983 que adquirió las máquinas italianas para fabricar sus helados, Masci afirma que son las mejores. “Tienen un don especial, porque tienen 40 años y siguen funcionando perfectamente. Hoy una máquina de esas cuesta 20 mil dólares”.
-¿Sigue siendo redituable hacer helados?
-Hoy no sé, antes sí, porque se consumía de otra manera, hoy ya no se consume tanto. Antes desde las nueve de la mañana hasta las dos de la madrugada había gente adentro de la heladería. Había un consumo diferente y todo en cucurucho. La política cambió mucho la economía y después este golpe que nos dio la pandemia fue destructivo. Hubo colegas en Buenos Aires que tuvieron que cerrar, el cambio fue total, no había gente en la calle y la historia que sabemos todos.
-Y las heladerías comerciales que no ayudan…
-Claro, porque son competencia fuerte. Una vez que abrió Grido rompió mucho mercado de helado artesanal y también cuando entró el famoso baldecito, que lo comprás en el supermercado, lo ponés en el carrito, vas a un montón de lados, llegás a tu casa después de una hora y el helado perdió la cadena de frío. Se derritió y se volvió a congelar y eso es gracias a los conservantes.
“Yo hago helado artesanal, azúcar, leche, crema y si es de chocolate, chocolate, si es de frutilla, frutilla. Voy y compro el durazno en la verdulería y hago de durazno. Y la gente lo valora a eso, pero lo que pasa es que han logrado que el helado industrial tenga un buen comportamiento”, observa Francisco.
-¿Y el churro cuándo apareció?
-Esa fue una historia que comenzó en el año 89, cuando fue el problema de la hiperinflación de Alfonsín y los heladeros nos quedamos medio achucharrados porque no entraba el dinero que tenía que entrar y decidimos agregar churros. También tuve que aprender, es agua, harina y sal y no hay receta, es la mano de cada uno. Yo lo hago de una manera y lo que logré en tanto tiempo es que el churro que fabrico se comporte hoy, mañana y siempre.
“Los españoles —agrega— hacen el churro, lo congelan y después lo venden para que otros lo revendan. La empresa se llama Estrella Galicia y está en Buenos Aires, en Avellaneda. También aprendí eso y ahora en tres minutos te hago el churro y te lo llevás calentito. Después si está rico o no es una cuestión del día también, del estado de ánimo, de la mano del que lo hace. Eso nos pasa a todos los que hacemos cosas artesanales y a los cocineros, porque puede fallar algo siempre”.
Francisco se detiene y piensa. Extiende el helado después de las fotos y sonríe. “Siempre con perfil bajo. No me hice rico, porque mantuve un precio más bajo siempre, con un 20 o un 30 por ciento de diferencia con mis colegas, porque lo hago todo yo y no tengo empleados”, dice mientras agradece y nos despide, de delantal blanco, detrás de las heladeras.
María Constanza Fernández Larraburu