El Papa llamó a los paraguayos a «no perder la memoria, las raíces»

El Pontífice argentino ofició una misa en el santuario de la Virgen de Caacupé. En su mensaje, puso el ejemplo de la «vida difícil» de María para superar los momentos problemáticos. También pidió: «No se olviden de rezar por mí».

La penúltima jornada de Francisco en Paraguay comenzó bien temprano. Pasadas las 8:30 local, el Sumo Pontífice ya estaba en los alrededores del hospital pediátrico «Niños de Acosta Ñu» para visitar a los chiquitos que están internados.

Apenas cruzó la puerta de ingreso, las autoridades le mostraron una gigantografía que quedará instalada en el hall principal del centro de salud. Caminó unos pasos por un pasillo y recibió el saludo afectuoso de distintas personas que lo frenaron para tomarse fotos, a las que accedió sin problemas.

Las cámaras de la televisión oficial del Vaticano no ingresaron al hospital y se quedaron mostrando los alrededores del mismo, donde miles de personas esperaban tras las vallas la salida del Papa. «Gracias Santo Padre por bendecir Paraguay», cantaba la gente que aguardaba la aparición del Sumo Pontífice tras visitar a los pequeños.

Apenas salió del establecimiento, Francisco recibió unos regalos y se dirigió a los fieles. Les agradeció por la presencia y los bendijo. «Quiero agradecer a todos los que trabajan en este hospital. Es tan importante un niño en la vida», resaltó. Y agregó: «Los chicos son simples, alegres y así tenemos que ser». Antes de despedirse, solicitó: «Les pido que recen por mí».

La misa en Caacupé

Tras visitar a los chicos en el hospital pediátrico, el pontífice se dirigió al santuario de Caacupé. Allí se tomó unos segundos para rezarle a la Virgen y luego prosiguió a saludar a los seminaristas que lo recibieron.

Tras varios minutos de espera, mientras de fondo se escuchaba a un nutrido coro, apareció Francisco en el altar para iniciar la misa. «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres», entonó el coro para dar inicio a la ceremonia.

Los primeros números que manejan los organizadores hablan de un millón de personas presentes en la misa.

«Este santuario es un lugar de fiesta, de encuentro, de familia. Venimos a presentar nuestras necesidades, a pedir perdón. Venimos siempre porque acá se está en casa y lo mejor es saber que alguien nos espera. Queremos renovar nuestras ganas de vivir la alegría del evangelio», expresó el Papa.

Y agregó: «Este santuario es parte vital de la historia de Paraguay. Estamos hoy, como el pueblo de Dios, a los pies de nuestra madre, a darle nuestro amor. La vida de la Virgen es testimonio de que Dios no defrauda».

«Este santuario guarda la memoria de un pueblo que sabe que María es madre y que ha estado y está al lado de sus hijos. Ha estado y está en los hospitales, en nuestras casas, en los trabajos, en la formación de la patria haciéndonos nación», subrayó.

También se acordó de la Guerra de la Triple Alianza y sostuvo: «Todos ustedes y todos los paraguayos tienen la memoria viva de un pueblo que ha hecho carne la palabra del evangelio. Quisiera referirme a ustedes: mujeres y madres paraguayas. Han sabido levantar a un país sumergido por una guerra. Ustedes tienen la genética de aquellas que reconstruyeron la vida junto a María. Han vivido situaciones muy difíciles. Ustedes, impulsadas y sostenidas por la Virgen, siguieron creyentes. Dios bendiga a la mujer paraguaya, la más gloriosa de América».

El papa Francisco celebró este sábado su primera misa multitudinaria en Paraguay, el país más católico de América Latina, en el santuario de la Virgen de Caacupé, su patrona nacional, en la última etapa de su viaje a Sudamérica que también lo llevó a Ecuador y Bolivia.

La visita a Paraguay, donde el 90% de la población es católica, es la más espiritual de su periplo, marcado por su histórico pedido el jueves para que «el mundo cambie».

Las críticas al actual modelo económico que respeta sólo la lógica de la ganancia, multiplica el número de excluidos y destruye la naturaleza, forman parte del mensaje que el pontífice argentino llevó a tres de los países más pobres de Sudamérica.

Cientos de miles de peregrinos provenientes de Argentina y Brasil se unieron a los miles de paraguayos que se han movilizando de todas partes del país para honrar a la Virgen Milagrosa de la que el mismo Papa es devoto, en el popular santuario de Caacupé, a 40 kilómetros de Asunción.

El Papa oficiará también la misa central el domingo en el campo militar de Ñu Guazú, donde la Iglesia estima que asistirán cerca de tres millones de personas.

Contra la corrupción, las desigualdades y con los que sufren

El argentino, que parecía algo cansado al final de su extenuante jornada este viernes, aprovechó el encuentro con las autoridades y dirigentes políticos para hacer un llamado contra la corrupción y a favor de los humildes en un país con casi 40% de pobres.

«Un desarrollo económico que no tiene en cuenta a los más débiles y desafortunados, no es verdadero desarrollo. La medida del modelo económico ha de ser la dignidad integral del ser humano, especialmente el más vulnerable e indefenso», instó ante el presidente paraguayo Horacio Cartes.

Paraguay, con siete millones de habitantes, es uno de los países más pobres entre las naciones desiguales de América Latina.

Apenas llegado, mientras se dirigía a la nunciatura apostólica, donde se aloja, el Papa paró frente a la cárcel de mujeres «Buen Pastor», una cita no programada para manifestar su solidaridad y cercanía con todas aquellas que sufren por la falta de libertad.

Un gesto que cumplió también en Bolivia, donde visitó la cárcel de Palmasola, una ciudadela de Santa Cruz de la Sierra, entre las más violentas y peligrosas de América Latina, para escuchar las quejas y el dolor de los presos y denunciar la lentitud de la justicia.

La mayoría de movimientos políticos, sociales y campesinos paraguayos que venían manifestándose interrumpieron sus protestas, mientras la organización «Somos Gay» hizo colocar grandes carteles bien visibles en el itinerario del papamóvil con la leyenda «Yo no soy quién para juzgarlos», una frase emblemática del cambio de mentalidad que impulsa Francisco y pronunciada por él mismo a propósito de los homosexuales.

El domingo, después de un encuentro con los jóvenes en Costanera, el Papa emprenderá su viaje de regreso a Roma.
Se trata de la segunda visita a Paraguay de un pontífice, luego de la celebrada por el polaco Juan Pablo II en 1988, un año antes de que cayera la dictadura de Alfredo Stroessner (1954-1989).

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