Durante el proceso de escritura, Vaccarini buscó la forma de crear imágenes nuevas «respetando el paisaje y las intenciones». Hay líneas de diálogo inmodificables, pero la prosa es «más plástica», asegura.
Todo empezó con un «sí, por supuesto, encantado», cuenta el escritor Franco Vaccarini (1963) sobre la génesis de la novela de Martín Fierro, que la editorial Cántaro le propuso escribir el año pasado y que acaba de llegar a las librerías.
Sobre el gaucho injustamente perseguido, el habitante de las pampas que luchó en las guerras de la Independencia para luego ser denigrado, ya existían la película de Leopoldo Torre Nilsson, que protagonizó Alfredo Alcón, la de animación con ilustraciones de Roberto Fontanarrosa, el Martín Fierro ordenado alfabéticamente de Pablo Katchadjian, pero versión en prosa del poema épico nacional no había.
«Me permitía volver al paisaje de mi infancia, esa llanura horizontal, quebrada apenas por algún monte», cuenta Vaccarini, oriundo de Lincoln, provincia de Buenos Aires, autor de más de 25 novelas para chicos y jóvenes.
«No sé conducir un auto, pero aprendí a manejar un caballo a los cinco años y a los diez arreaba las vacas. Nací en un rancho con piso de tierra apisonada; sé lo que es una yerra, tengo siete hermanos y los versos Los hermanos sean unidos/porque esa es la ley primera fueron parte de nuestro aprendizaje. Martín Fierro fue un personaje central de mi infancia, lo teníamos hasta en el almanaque de la cocina».
Pero hay otros hilos que unen al escritor con el personaje creado por José Hernández. Durante su niñez, fue testigo de la persecución policial de un gaucho, un hecho que es central en el poema. «Papá tenía un empleado que lo ayudaba en el tambo, ya mudados a Chacabuco. Le decíamos Vaquero porque era su prenda de vestir los sábados, cuando estaba de franco. Se ponía su único pantalón y su camisa roja y se iba al boliche. Era áspero y con sus chifladuras, aunque respetuoso. En uno de esos francos se fue a una doma y volvió con un lazo de tiento, que le regaló a papá. ‘Tome, don Marcelo, lo gané en una sortija’, le dijo. A la hora apareció un patrullero en el camino, venían a buscar al ladrón del lazo, denunciado por el dueño. Mi papá sintió mucha vergüenza. Devolvió el lazo y la policía echó a Vaquero del partido de Chacabuco. Y se fue nomás? Lo que implicó que los hermanos varones empezáramos, por turno, a ayudar a papá en el tambo, ya que no quiso más empleados».
Vaccarini cuenta que le encantó hacer este trabajo, aunque en algún momento «me asusté un poco», y está seguro «de que muchos lectores irán luego por el original». Esos lectores no son, claro, el público que se reunía en pulperías y fogones criollos en el siglo XIX sino, sobre todo, estudiantes secundarios cercanos a la cultura del rock, el rap y la cumbia.
«No era el plan transformar el sentido, quise respetar el tono de época, aunque hoy nos resulte incómodo algún pasaje. Hay palabras que se han perdido, los clásicos tienen la capacidad de soportar traducciones, versiones, siempre que se respete ese espíritu original. Es una de las maneras en que siguen vivos. El que defiende la pureza de un original lo condena también a ser lengua muerta, lengua de especialistas, ajeno al gran público».
¿Qué es lo que resuena hoy de ese largo poema escrito en 1872, la primera parte, y en 1879, la segunda? «Cada tanto surgen denuncias sobre, por ejemplo, un albañil al que le han levantado cargos falsos, y lo meten preso», señala Vaccarini. «Son los vulnerables a la prepotencia de una ley que es a veces la representación más perversa de la injusticia.
Pero, ¿de qué hablaría el poema épico nacional si se escribiera hoy? Vaccarini arriesga: «Pienso en el viejo Vizcacha que mató a su mujer, ‘a palos’, porque le cebó un mate frío. Pienso en el #Niunamenos como un punto de inflexión, el inicio de una épica. Mis hijas de 23 y 16 años fueron a la marcha espontáneamente. Llegaron a casa apretujadas todavía, y radiantes. Hay una juventud pensante y comprometida a la que siempre se subestima. Los jóvenes aman la épica, está presente en sus actos diarios, porque es la edad de los sueños, y algunos de esos soñadores convierten a los sueños en realidad y cambian un poco el mundo».