Camila Ávila se subió a un crucero el 4 de enero para trabajar por cuatro meses. El 28 de febrero tocó tierra por última vez. En el medio la pandemia, desde el 20 de marzo el barco navega sólo con tripulantes y no les permiten descender en puerto. En este mismo momento están camino a Marsella. «En julio es mi cumple, seguro lo festeja a bordo», cuenta.
“Los días son muy aburridos… No me quiero quejar porque tengo todo lo que necesito a bordo, pero ya no sabemos qué inventar “, confiesa la joven mendocina Camila Ávila (30), que se subió a un crucero en enero, para trabajar como guest relations manager (algo así como una jefa de recepción), y por la crisis del coronavirus aún no sabe cuando podrá volver a pisar tierra firme.
“Perdí la cuenta de cuantos días llevo sobre el mar, pero serán unos 118 sin poder bajar. El 28 de febrero, luego de haber estado en la Antártida, llegamos a Ushuaia. Ese fue el último día que tocamos tierra. Allí desembarcaron pasajeros y embarcaron nuevos. Y tomamos rumbo para Sudáfrica porque el crucero terminaba en Cape Town”, relata acerca de su periplo.
A esa altura del itinerario se desató la crisis sanitaria por la pandemia, cambiando todos los planes del barco y, claro, los de ella misma. “Empezamos a navegar y cuando llegamos a Tristán de Cunha, una isla en el Atlántico Sur donde los pasajeros tenían unos tours programados, todo se canceló por la preocupación que ya generaba el contexto global. De esa manera, navegamos directamente a Sudáfrica”.
El 20 de marzo, ya en el continente africano, los pasajeros tuvieron que esperar una autorización especial para desembarcar. Los tripulantes los vieron irse desde arriba del barco, sin poder bajar del mismo. La navegación -ya solo con los 90 empleados de la empresa a bordo- continuó durante varios semanas. Pasaron por Portugal, las islas Canarias y arribaron a Southampton, Inglaterra, país en el que, se suponía, tendría mayores posibilidades de conseguir un vuelo con conexión a su casa.
El 20 de marzo descendieron los últimos pasajeros del crucero, y desde entonces la embarcación se desplaza solo con la tripulación. Los que lograron vuelos de repatriación ya están en sus casas, y los que no, como es el caso de Camila, siguen a la espera de alguna solución. A ella la frenó el cierre de fronteras y la difícil circulación entre provincias. “La embajada me ofreció un vuelo de repatriación, pero decidí no tomarlo -cuenta-. Me explicaron que en Buenos Aires debía esperar a que se llene un micro para ir a Mendoza. Además me enteré que debía llevarme comida porque no me iban a ofrecer nada. Eso, sumado a que no sabía cuánto tiempo iba a tardar en llegar a mi casa, porque también me contaron que los viajes tardan muchísimo más que lo normal, no me dejaba tranquila. Sobre todo porque los micros no son los lugares más higiénicos que se pueden encontrar hoy”.
A diferencia de los 18.000 varados que siguen en el exterior, esta mendocina no está desesperada por regresar a Guaymallén. “Tengo todo lo que necesito a bordo, además hablo con mi familia y amigos a diario, sé que ello no están con salud, y trabajo….pero claro que se extraña, sobre todo a mi hermana menor”.
Camila ama su trabajo. “Es lo que soñé y logré concretarlo. Siempre quise viajar, recorrer el mundo, y en seis años conocí todos los continentes. Disfruto de poder mejorar la estadía de cada huésped. Aquí te haces amigos todos los días”.
Su contrato para este 2020 era de cuatro meses, que incluían expediciones por la Antártida. “Tenía que haberme bajado en los primeros días de mayo, tomarme vacaciones y después volver hacer otra temporada. Pero como a muchos, el coronavirus me obligó a ir en otra dirección”.
Ahora navegan por el sur de Inglaterra y se dirigen al puerto de Marsella, en Francia, aunque tampoco podrá descender. “La situación sanitaria aún es crítica, no nos habilitan bajar a puerto, así que veremos todo desde la cubierta”, relata.
En el barco todo se manejo con precaución, sin casos de contagio, algo que si sucedió en otras empresas, todos los días sometidos a estrictos controles médicos. “Nos toman la temperatura a diario, a eso de las 11 de la mañana, después nos preguntaban cómo nos sentimos, o si tenemos algún síntoma”.
Al igual que otro 40% de la tripulación, en este momento Camila está de vacaciones dentro de su lugar de trabajo, el resto se encarga del mantenimiento del barco. Sus pasatiempos son ir al gimnasio, leer y ver películas “En una instancia nos debieron cambiar de embarcación, y nos juntaron con otros tripulantes que también están varados”.
En julio cumple 31 años, y piensa que lo festejará en altamar. “no es mi primer cumple así, pero éste será diferente…y sobre todo incierto”.