El presidente del Grupo Los Grobo cree que la Argentina debería haber sido “uno de los ganadores” de la crisis internacional; qué piensa el hombre que transformó una empresa familiar en una firma que factura 700 millones de dólares al año.
Por Florencia Carbone
Muchos lo llaman el “rey de la soja”, pero apenas empieza a hablar queda claro que el hipotético título no se ajusta a la realidad. Hay bastante más que soja detrás de la historia de Gustavo Grobocopatel, el hombre que nació el 30 de octubre de 1961 en Carlos Casares, provincia de Buenos Aires.
Ingeniero agrónomo egresado de la UBA –a donde volvió como profesor luego de haber hecho un posgrado en Estados Unidos-, logró transformar en marca registrada su propio nombre. En rigor, el “sobrenombre del apellido” -Los Grobo- había nacido en 1.984 cuando Adolfo, su padre, fundó la empresa Los Grobo Agropecuaria.
La familia Grobocopatel, de origen ruso-judío, se radicó en la Argentina en 1.910, cuando Abraham Grobocopatel y su hijo Bernardo (el abuelo de Gustavo) llegaron al país. A fines de 2.000 Gustavo y sus tres hermanos decidieron asociarse y así nació el Grupo Los Grobo, que con el paso del tiempo se consolidó no sólo como uno de los grandes productores y acopiadores de la Argentina, sino en un importante proveedor de servicios agroindustriales.
De paso por Gualeguaychú para inaugurar las oficinas de la empresa, dialogó con El Día.
–¿Por qué Gualeguaychú?
-Nuestra empresa siempre fue muy bonaerense, pero desde hace algunos años estamos también en el sur de Córdoba y teníamos un plan de crecimiento en Santa Fe y Entre Ríos. Empezamos a trabajar en la provincia el año pasado. Tenemos un molino harinero en Rosario del Tala y habíamos tenido alguna actividad mínima en Entre Ríos. Lo que estamos haciendo ahora es estructurarla un poco más, apostando a lo que pensamos pasará en los próximos, cuando el sector vuelva a dinamizarse.
-¿Ese cambio tiene que ver con el recambio presidencial de diciembre?
-Hay fundamentos globales muy positivos. Creo que lo que pasó no es un boom de la soja o de las materias primas, sino que cada vez se consume más. Los precios van y vienen, pero lo importante es que cada vez hay más demanda.
-Es cierto que los estudios muestran que la irrupción de denominada nueva clase media mundial –con mucho peso en China, India y Brasil- está cambiando sus hábitos de consumo y demanda más proteínas, pero ¿qué impacto tendrá en la Argentina el tambaleo de China y la debacle de Brasil?
-Me parece exagerado hablar de que China tambalea. Si mirás la devaluación de su moneda fue 6 % en 5 años. Creo que lo que está haciendo China son ajustes, porque venía con una tasa de crecimiento infernal y hay desequilibrios. Ahora están reequilibrando la economía. De cualquier manera si China en lugar de crecer al 7% crece al 5%, también es una noticia positiva para los alimentos. Probablemente no lo sea para los “hard commodities” (materias primas como el mineral de hierro, el cobre y el acero). Eso no quiere decir que los precios dejen de subir y bajar. Ahora hay una sobreoferta y por eso bajaron, pero en algún momento se van a ajustar.
-¿Qué es la “Cultura Grobo” de la que hablan?
-Tenemos una forma de hacer las cosas que tiene que ver con el trabajo en red, en equipo, la apuesta por la tecnología, los valores: pasión por hacer, entusiasmo, inteligencia para darse cuenta, no la del genio, sino la del que está abierto, la del que prefiere aprender, a tener razón. La generosidad estructural para compartir información y logros.
-¿Cómo se aplica eso en un país que se caracteriza por tener grandes genios pero a nivel individual? Un claro ejemplo es el fútbol: Messi, Mascherano y muchos más triunfan en sus equipos pero cuando se juntan en la selección parece que algo falla…
-Sin embargo, a pesar de esas fallas, somos Nº2 del mundo en fútbol. El problema es ¿por qué Nº2 en fútbol y Nº100 en competitividad?
-¿Por qué? ¿Cuáles son los factores que afectan la competitividad del país?
-Scioli me entregó el Premio Sarmiento en 2004 y en mi discurso planteaba esto.
-Las cosas no cambiaron demasiado desde entonces…
-No, y una forma muy didáctica de repasar qué ocurre en la Argentina es mirar lo que pasa en ese deporte. En el fútbol hay una meta muy clara: ganar el campeonato. Hay un objetivo muy claro: meter más goles que el contrario. Hay reglas de juegos: todos saben qué es un fuera de juego. Hay un conjunto de individualidades pero que de alguna forma trabajan de manera interdependiente, con roles específicos, más o menos en equipo. Desde chicos, a los potenciales jugadores se les enseña que tienen que ser los mejores. El fútbol está abierto a la competencia internacional, participamos de campeonatos en el mundo. Si llevaras todo eso a la economía -metas y objetivos claros, reglas de juego, trabajo interdependiente de gente especializada, competencia internacional- lograrías un país competitivo.
-¿Sos de los que cree que a partir del 11 de diciembre hay otra Argentina sin importar quién gane? ¿Creés que influye quién sea el próximo Presidente o las cosas llegaron a un punto en el que no hay mucho margen para diferenciarse y los temas que deberán afrontarse están claros?
-Hay cosas de corto plazo que hay que hacer rápidamente y me parece que ahí todos están más o menos de acuerdo, más allá de lo que dice cada uno y cómo lo dice. Pero creo que también hay temas de largo plazo, y que se entienda que para mí el largo plazo llega rápido. En cuanto te ponés a pensar en el largo plazo, hacés que las cosas ocurran más rápido y entonces no hay ya una gran diferencia entre largo plazo y corto plazo. Diría más bien que la diferencia pasa por lo relevante y lo irrelevante.
Tenemos que empezar a construir un Estado de este tiempo. Los argentinos queremos Estado. Ese es un dato que tiene que tiene que ver con nuestro sistema de creencias y cambiar eso lleva décadas. Somos una sociedad filo-europea, y los europeos fundamentalmente los del sur, creemos que lo que determina el éxito o el fracaso de una persona es la suerte, no el esfuerzo. Entonces, como pensamos eso, necesitamos un Estado reparatorio. Un norteamericano, por el contrario, piensa que el éxito y el fracaso dependen del esfuerzo, con lo cual no necesitan un Estado reparatorio. Por lo tanto, la discusión no es Estado sí o no, sino qué tipo de Estado.
En los tiempos que vienen creo que necesitamos un Estado que facilite los flujos de conocimiento, de capital, de bienes y servicios, que se integre al mundo, que incentive a los emprendedores y les facilite su vida, que al mismo tiempo genere bienes públicos e infraestructura de calidad. En fin, eso es lo que llamo un Estado de este tiempo.
-El grupo pasó de sembrar 120.000 hectáreas a 20.000 este año. ¿Por qué paso eso, es que el modelo de pool de siembra ya no sirve?
-Nunca fuimos un pool de siembra en el sentido estricto. Somos una empresa proveedora de servicios. La mayoría de nuestra facturación y actividad estaba vinculada con los servicios a productores: pequeños, medianos y grandes. Servicios de logística, financiación, transferencia tecnológica, etc. Ese es el mismo modelo. A fines de la década del ‘80 vimos una oportunidad en el tema de la agricultura básicamente porque muchos de esos clientes a quienes les prestábamos servicios necesitaban un socio, entonces, en esa época, sembrábamos. En 1.994 sembramos 70.000 hectáreas: el 60% era nuestro y el 40% de socios. O sea, siempre fue un enfoque no de la inversión per se sino como un servicio. Lo que pasó en los últimos años es que ese negocio fue decayendo. Somos una empresa con una gestión profesional, que planifica, discute, debate y toma acciones. En general la gente dice: “¡Uh! estos Grobo la ven antes que los demás”. No la vemos antes que los demás, tenemos un proceso disciplinado de estudio de las cosas y tomamos decisiones no emotivas sino racionales.
-Un economista dijo hace poco que un empresario argentino y uno sueco tienen la misma presión impositiva, pero la diferencia está en que después de cumplir con sus impuestos, el argentino tiene que pagar educación, seguridad y salud privadas, con lo que su ganancia ronda el 30% en vez del 60% que le queda al que hace negocios en Suecia…
-En el campo eso inclusive está desnaturalizado por las retenciones, que son un impuesto al ingreso, no a las ganancias. Por ejemplo ahora, que perdemos dinero, seguimos pagando impuestos. Por eso es distorsivo, porque agudiza el problema, no lo compensa. Los impuestos están para compensar: el que gana más paga más, el que gana menos paga menos. Pero si hay un impuesto que seguís pagando aun pierdas dinero, lo que hace es fundirte más rápido.
En estos días se publicó que el país perdió casi 100.000 productores. El proceso de concentración y pérdida de productores es estructural, lleva 50/60 años, no es de la soja. Si miras las estadísticas y el número de productores en 1.940 te das cuenta de que se vienen perdiendo productores desde entonces. Sin embargo, estas cosas lo que hacen es acelerar ese proceso natural: se podrían haber perdido 100.000 productores en 30 o 40 años, pero nosotros los perdemos en 10.
-El mismo Gobierno que lanzó el Plan Agroalimentario 2020 (PEA) y promueve que la Argentina pase de ser el granero al supermercado del mundo, propone “sustituir exportaciones”. ¿Qué lectura hacés de eso?
-Estoy pensando en el futuro, que el gobierno va a cambiar y a reflexionar sobre esto porque la evidencia muestra que nos ha ido mal. Argentina no tendría que estar pasando estas zozobras. Deberíamos haber sido uno de los ganadores de la crisis internacional. Si en vez de 100 toneladas hubiésemos producido 140, eso hubiera generado 15.000 millones de dólares de ingresos más por año. No tendríamos problemas de reservas, de flujo de dólares ni restricciones. Lo que pasa es que muchas veces se ve una parte del problema, se mira con anteojeras o con una lente que distorsiona. Nos perdimos la oportunidad de avanzar muchos puestos en el mundo en estos últimos siete años.
-Pero si con lo que se produce hoy se generan larguísimas colas de camiones en el puerto de Rosario, ¿qué hubiera pasado con un aumento de la producción?
-Es un debate que escucho desde 1.986, cuando se producían 30 millones de toneladas de granos y había un plan para llegar a 60 millones. Entonces, el gran problema era el almacenaje. Pero después apareció el silo bolsa y resolvió ese tema. Una vez que tenés la producción, las inversiones vienen. Hay que cruzar a Uruguay, donde hace 10 años producían 35.000 hectáreas de soja y ahora, un millón y medio. Vas a Uruguay y está llena de plantas de silos nuevas, porque la iniciativa privada va invirtiendo los excedentes en infraestructura, en camiones.
-Pero los puertos, la infraestructura pesada, las rutas… eso está a cargo el Estado.
-Si, hacen falta más que rutas, autovías.
-¿Es la infraestructura una materia pendiente?
-Si, pero es un feliz problema porque tenés algo que generás. De esos US$15.000 millones extra, una parte debería ir a la construcción de infraestructura y darle trabajo a mano de obra menos calificada para incluirla dentro del sistema, en lugar de tener un subsidio.
Radiografía del grupo
-¿Cuánta gente forma parte de Los Grobo?
-El grupo hoy es una empresa básicamente argentina porque vendimos la operación de Brasil, que tiene 800 personas. Es una firma de servicios con algunas integraciones a la industria. Tenemos tres molinos harineros, una empresa química que es Agrofina, una de tecnología, que se llama Frontec (nació de la asociación de Los Grobo con la estatal Invap). El grupo tiene una facturación anual de 700 millones de dólares. Aclaro que no es ganancia, es facturación (comenta riendo).
El glifosato, riesgoso como el maté y el café
-¿Qué es el glifosato, esa suerte de mala palabra absoluta?
-No es mala palabra absoluta, es mala palabra para algunos. El glifosato es un producto que fue muy exitoso en los últimos 20 años porque permitió resolver el problema de malezas de una forma muy simple y con muy poco impacto sobre el medio ambiente. Se sabe que es un producto que tiene menos impacto medioambiental que los otros herbicidas que usábamos antes. Entonces es un reemplazo que fue positivo, es un producto que fue aprobado por el Senasa y por el Ministerio.
-Entonces, ¿el problema no es el producto sino la manera en que se aplica?
-Puede haber problemas de aplicación. Obviamente si tomás un vaso de glifosato te va a hacer mal, como si tomas 900 cafiaspirinas. Hay algunas novedades, por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud acaba de calificar como riesgoso al glifosato. Es cierto que es riesgoso como cualquier otro producto químico, pero también califica con el mismo nivel de riesgo al mate y al café. Entonces, la gente se agarra de cosas.
De cualquier manera creo que no podemos poner a la sociedad a pelearse por el glifosato. Alguien –que es el Estado- tiene que decir si es bueno o malo, y si se puede usar. El Estado debe decir prohíbo el glifosato y nadie más lo usa. No debería ser un debate de café o de trinchera entre quienes están en favor y quienes no porque eso no llega a nada. Nosotros como productores hacemos lo que dice la ley. No podríamos usar el glifosato si tuviéramos alguna duda. Ahora, ¿puedo dar la certeza, el 100% de seguridad? No, sobre nada. Ni siquiera sobre el shampoo. Hace unos días se publicó un artículo diciendo que era tóxico.
Lo que dicen los ambientalistas es el principio precautorio: ante la duda no hay que hacer nada. Bueno, no haríamos nada porque ante la duda el combustible que arrojás con un auto también produce calentamiento global. Podríamos no hacer nada de nada y todo estaría en discusión. Alguien tiene que evaluar los riesgos y determinar qué es lo que se debe hacer y qué es lo que no, y ese es el Estado. Me parece que la lucha debería ser por tener institutos del Estado de calidad más que pelearnos entre nosotros a ver quién tiene razón.