La kinesióloga intensivista Nuria Fernández Báez ya recibió la primera dosis de la vacuna Sputnik V contra el Covid-19. Mientras aguarda la segunda el próximo 19 de enero, asegura que continúa con todos los cuidados preventivos durante las guardias de 24 horas que realiza en dos hospitales bonaerenses.
Es Nochebuena y todos brindan. Para ese momento Nuria Fernández Báez lleva dos horas de descanso, casi el mismo tiempo que ha podido dormir en una guardia durante noviembre, cuando los contagios aflojaron y las terapias intensivas de los hospitales bonaerenses Dr. Diego Paroissien de San Justo y Dr. Alberto Balestrini de Ciudad Evita, donde trabaja, tuvieron un respiro.
Es Nochebuena y descansa para emprender el viaje durante la madrugada y llegar de mañana temprano a iniciar su labor como kinesióloga intensivista de pacientes Covid-19. No es ajena a lo que ocurre cuando recorre las calles de la ciudad y ve jóvenes por doquier que comparten vasos y besos. Mira con un dejo de tristeza y sigue.
Llegar al trabajo no es como antes, antiparras, dos pares de guantes, doble mascarilla, cofia, antiparras, camisolín, mameluco, todo prolijamente puesto y cuidadosamente quitado para entrar o salir de la atención de sus pacientes. A la par el miedo, la angustia, la desazón de muchas veces no poder hacer nada por el otro, pese a los esfuerzos, pese a los conocimientos, pese a todo.
Es 29 de diciembre y tras cumplir las últimas 24 horas de guardia, Nuria recibe la vacuna más esperada y que comenzó a aplicarse en Argentina como en tan sólo nueve países del mundo. Ante tanta mención deliberada de días históricos, este lo es y ella está allí, con su doble barbijo, poniendo el brazo a la pandemia.
“Me largué a llorar —relata a El Día—, fue una emoción, porque es una mezcla de sensaciones. Se te viene justo el fin de año, donde hacés un balance de un 2020 en el que no viste a nadie, no tuviste vida social, estuviste saturada de gente y aunque sabés que en una terapia intensiva está la muerte inminente acá es morir en la soledad absoluta. La vacuna es tener una esperanza de que haya menos muertes”.
-¿Cómo fue la vacunación?
-Te dejan en reposo 30 minutos por si tenés algún síntoma, pero yo ni siquiera sentí la aplicación, era la mano del profesional o una está predispuesta a recibirla con toda la esperanza, la fe y las ganas de que esto disminuya un poco. A las 72 horas se empiezan a generar los anticuerpos, que van disminuyendo con el transcurso de los meses. Esto último hay que pensarlo en función de que al haber circulación comunitaria hubo un contacto previo; lo que se sospecha es que todos generamos anticuerpos que con la vacuna se prolongan por más tiempo y en caso de contacto con el virus el cuadro no va a ser severo, lo que implica que vamos a tener menos muerte.
“La vacuna no es una salvación —agrega—, es llegar a marzo, abril o mayo con menor cantidad de infectados y menor severidad de la infección. No nos va a llevar tanto a respirador porque vamos a tener anticuerpos y el personal de salud va a estar primero protegido, por lo que vamos a poder estar atentos a la demanda de la gente”.
Para Nuria, como para el resto del personal de salud de las terapias intensivas, la vacuna significa la esperanza de ver menos muerte y también menos estrés. “El momento de descanso que tuvimos durante todo el año fue de 15 minutos para comer, que preferías dormir o por lo menos descansar el cuerpo. Noviembre fue un mes de respiro, fue atípico, si bien había casos de Covid-19 eran más leves, el paciente entraba respirando solo, con un poquito de suplemento de oxígeno o poniéndolo en pronación vigil, boca abajo”, refiere.
En seguida, retoma: “Noviembre fue un respiro, hubo menos casos en Provincia de Buenos Aires, uno podía sentarse a almorzar o a cenar y dormir una o dos horas, pero ahora empezaron de nuevo los casos para poner en respirador, otra vez volver a las máscaras, a los mamelucos, a los camisolines, a las antiparras, al doble guante, a transpirar”.
Después de diez meses de pandemia, la situación del personal de salud es insostenible en términos de cansancio físico y emocional. “El último tiempo no conteníamos porque no podíamos ni contenernos nosotros, terminábamos diciéndoles o te dormís boca abajo o se te duerme, se te pone un tubo, se te conecta a respirador y te morís. Lo que había al principio que uno convencía para que se pongan boca abajo ya no podíamos, porque además habiendo tanta información no se pueden poner caprichosos a esta altura y no querer hacer algo que, claramente, te puede salvar la vida”.
A esta situación se suman los contagios del propio personal sanitario. “El 25, 26 y 27 no hice una guardia por gusto o por ingresar más recursos a mi casa, la hice porque hay gente que se infectó a último momento. Si tenés tres kinesiólogos de guardia 24 horas y hay dos que se enfermaron, queda uno solo para la misma cantidad de pacientes. Estamos hablando de que un paciente grave con Covid-19 hay que pronarlo cada 24 o 36 horas y para darlo vuelta necesitás por lo menos cinco personas”.
“Los profesionales estamos agotados todos —subraya—, entonces el cuidado no es tan enérgico, no estás tan pendiente de cómo te vestís o cómo te ponés el equipo de protección personal, a veces viene una compañera y te avisa que no tenés el doble guante. Sufrir tanto el calor y que te duela el cuerpo, porque todo eso pesa, a veces hace que te quieras relajar, entonces ahí está el pedido de desesperación, la angustia de pedirle a la gente que se siga cuidando”.
Mientras el agobio y la tristeza los inundan, entienden que hay cosas de las que no hay retorno. “Los infectados directamente no reciben visitas y si se mueren tampoco los podés velar, te despedís del familiar el día que lo ingresaste al hospital con sospecha de Covid-19. Si uno se puede poner en los pies del otro tiene que pensar que puede ser tu vieja, tu viejo, una tía, una amiga”.
“Entiendo que la gente está agotada, cansada, esto que refieren que están encerrados hace un año, pero es eso o salir encerrado en un cajón y que su familia no la vea nunca más. En la medida que no tomemos conciencia y sigamos sin cuidarnos vamos a seguir en pandemia, sabemos que tenemos por lo menos un año más, en menor medida quizás, con menos contagios, pero van a seguir existiendo”, afirma.
Como oportunidad, “tenemos la opción de juntarnos, podemos encontrarnos con nuestras familias, pero teniendo el cuidado, manteniendo la distancia, llevando nuestros utensilios para comer, el vaso, sin compartir el mate o el famoso vaso comunitario que hacen los jóvenes, que cortan la botella por la mitad, se sirven y comparten entre todos”, expresa la profesional de la salud, al tiempo que resalta: “Tenemos que aguantar unos meses más y ahí sí relajamos. Me parece que es una cuestión de empatía también, nosotros estamos realmente agotados, ya no damos más y es angustiante”.
-¿Para cuándo esperan el rebrote en la Provincia de Buenos Aires?
-Para antes de lo previsto. Hasta octubre dijeron que no había vacaciones para los profesionales de la salud de terapia intensiva, pero ahora el gobierno dio marcha atrás y sacó un decreto de que hasta marzo nos tomemos obligatoriamente 12 días de vacaciones, que pueden ser juntos o repartidos en dos veces. Esto significa que están esperando en marzo el rebrote, porque la gente quiere salir de vacaciones, pero no cumple los protocolos ni mantiene la distancia social. Ahora hay una relajación absoluta de que ya pasó y lo que se terminó fue el año, no la pandemia.
-Muchos dudan de la utilidad de tantos meses de cuarentena…
-No tenemos memoria, se desvirtuó todo con la sobreinformación, entonces no entendemos que la cuarentena no sirvió para que no haya contagios, porque el contagio iba a venir, sino que sirvió para que el sistema de salud no colapse y que todos tengamos la posibilidad de tener una atención y una cama en terapia intensiva. Sin ir más lejos, sucedió acá en Gualeguay que en un momento las camas fueron pocas, aun aumentando la terapia intensiva, y hubo pacientes que se tuvieron que derivar. Si lo vemos en una ciudad tan chica hay que dimensionar en Buenos Aires, en el Partido de La Matanza, por ejemplo, que es uno de los más grandes del AMBA.
-¿Dudaste en algún momento de ponerte la vacuna?
-Ante la posibilidad de vacunarse, uno hace un recuento de lo que vivió, las angustias, los familiares que querían ver a los pacientes y había que decirles que no, que no se acerquen al hospital, gente llorando pidiendo ver al padre o a la madre, entonces cómo no me voy a vacunar, si elegí esta profesión, amo este trabajo y quiero seguir al frente de la batalla.
“Es una sensación de esperanza —concluye—, de pensar que uno va a ir a las guardias y va a haber menos muertes, menos demanda de respiradores y de insumos, uno va a poder hacer un descanso para alimentarse, pasábamos deshidratados por no tomar agua porque te olvidás de todo. Esta es una sensación de alivio, pero el mensaje es que tenemos que seguir cuidándonos, la vacuna no nos salva, nos disminuye la mortalidad”.