Evacuados tardarán un mes en volver a sus casas

El río Uruguay se estabilizó en Concordia, pero estiman que bajará lento. Las viviendas deberán ser reacondicionadas. Hay más de 11 mil afectados. «Perdimos todo y lo peor vendrá cuando regresemos a casa», dicen evacuados.

 

El sol del domingo trajo una apariencia de normalidad a la ciudad. Concordia se tomó un leve respiro entre tanto desastre. Si no median nuevas lluvias fuertes de aquí al 6 de enero, la crecida del río Uruguay podría haber llegado ya a su punto máximo. Ayer se mantenía estable, con un nivel de 15,86 metros en el puerto local y 37,24 en el lago de la represa de Salto Grande.

Pese a la calma, nada es normal. Concordia sigue siendo la ciudad más afectada de todo el NE argentino, con unos 11 mil evacuados -son cifras estimadas, ya que es muy alto el número de autoevacuados-. Y muchos de ellos seguirán alojados en los centros de evacuación por más de un mes, según indicaron a Clarín fuentes del ministerio de Desarrollo Social de Entre Ríos y del Ejército argentino. «La bajante será muy lenta», agregaron, «y habrá que reacondicionar muchas viviendas».

Los inundados también lo saben. «Esto va a tardar, va para largo. Esta es la quinta vez que estoy evacuado y he llegado a estar hasta tres meses fuera de mi casa», cuenta Adrián, que vive hace varios días en un centro de evacuados de Concordia. En las barracas del Ejército, Rosana dice que lleva siete evacuaciones y que también estuvo largas semanas fuera del hogar cada vez. Los más afectados son los que viven en los barrios más pobres. Muchos perdieron todo lo que tenían, muebles, televisor, ropas.

Entre las cinco provincias afectadas (Entre Ríos, Chaco, Formosa, Santa Fe y Corrientes), hay más de 20 mil evacuados. Esto significa, entre otras cosas, que sigue en alto la necesidad de ayuda. En la mañana del sábado, llegó a Concordia un camión cargado de donaciones de la «Fundación SI», y fue distribuidos por el Consejo de Emergencia Social de la ciudad. Traía comida, ropa, muebles, pañales, mantas.

Para que el río baje y no haya una nueva crecida, es necesario que no haya nuevas lluvias de gran intensidad en la cuenca inmediata del río hasta, por lo menos, el 6 de enero. Sin embargo, el pronóstico dice que lloverá hasta el día 5. Tendrán que ser lluvias leves para no volver a complicar el panorama. Por ahora, el parte más reciente de la Comisión Técnica Mixta de Salto Grande informó que el río sigue en tendencia estable por debajo de los 16 metros, y que la represa sigue recibiendo un cardal de 30 mil m/3 por segundo. Si no llueve en los próximos días, la altura del agua en la represa tendería lentamente a bajar hasta los 36,90 metros.

La altura del agua dentro de la represa tiene, asimismo, consecuencias para las poblaciones ubicadas al norte. El dilema es fuerte: si se abren las compuertas y se alivia la presión hídrica, se anegan las poblaciones del sur y se agrava la creciente de Concordia, Colón, Concepción del Uruguay, Gualeguaychú y Villa Paranacito. En Uruguay, de Salto, Paysandú, Fray Bentos. Pero si no se alivia la presión, siguen afectadas las playas, centros turísticos, rutas, la producción agraria y ganadera y las ciudades del norte, como Federación, Santa Ana o Chajarí. Hasta ahora, la opción fue retener el agua: ya que hay más pobladores al sur.

De todas formas, hacia el sur creció el sábado el nivel del río en Colón, San José, Concepción del Uruguay y se produjo un alerta en Gualeguaychú, donde el río homónimo no puede desagotar su curso en el crecido río Uruguay y regresa por donde vino, desbordando en algunos barrios. En Concepción del Uruguay, se estima que son 100 las familias evacuadas.

«Esta noche, voy a celebrar misa en la Defensa Sur», dijo a Clarín ayer el padre Daniel Petelín, en Concordia. Es el mismo que celebró misa a los evacuados alojados en las barracas del Regimiento de Tanques 6 «Blandengues» de esta ciudad la noche de Navidad. Él y otros sacerdotes intentan llevar alivio espiritual a los afectados y escuchar sus temores y penas. Otras personas hacen lo que tienen a mano: donan agua mineral, juguetes, helados. Serán muchos días, semanas las que pasarán allí alojados los miles de evacuados concordienses. En crisis anteriores, la curva del humor marcó picos altos al principio, para decaer luego y terminar en malhumor, desazón, reclamos por la comida, el trato y lo que hubiere a mano. Es comprensible, con decenas de familias alojadas en cada centro, fuera de sus hogares, sin vivienda y en condiciones forzadas. Por eso, el apoyo y la contención emocional son indispensables.

«Perdimos todo y lo peor vendrá cuando regresemos a casa»

Fue una Navidad sin pesebre. En los distintos centro de evacuados, hubo pollo, pan dulce, turrón, gaseosas, empanadas, algunos sándwiches. Cero alcohol. Juguetes para los chicos, un payaso, un Papá Noel. Misa en el Ejército. Música y algunos que se le animaron al baile. Y el próximo 31, habrá un Año Nuevo similar. Fuera de eso, los días pasan lentos, soporosos; se siente el calor, el agua potable está racionada y no hay nada que hacer. Solo tomar mate y charlar.

Rosana Miranda (31) tiene cinco hijos de 16 a 6 años, y está embarazada de 3 meses. Se encuentra alojada desde el lunes en el regimiento de Tanques 6 «Blandengues» junto con su esposo Cristian pacheco (42) y los chicos. Cristian está desocupado dese hace más de seis meses. Se ganaba unos pesos pescando, pero ahora, con la creciente, ni eso.

Ella recibe la Asignación Universal por Hijo, y sobreviven. «Nos tratan muy bien», dicen. «La comida es rica, nos dieron colchones, frazadas, ropa, zapatos, juguetes». Ayer, el menú hecho en la cocina del regimiento era guiso de fideos con carne picada en el almuerzo, y guiso de lentejas con muchas verduras, carne y chorizo a la noche. Este menú va para mil evacuados ubicados en distintos centros (hay otras cocinas más, y lo autoevacuados se arreglan por su cuenta). Con ritmo de cuartel, hay que ducharse entre 18 y 19,30 y apagar las luces a las 23. Pasear solo por algunos sectores (hay arsenales y es necesario cuidar la seguridad de los evacuados).

Es el séptimo año que Romina sufre una evacuación. «Me prometieron una casa hace diez años, pero no han cumplido», dice. Leandro, su hermano, también está alojado allí con su mujer. «Y. . ., medio bajoneados todos -dice Leandro-; se nos quedó un ropero, el televisor, camas, modulares? Lo poquito que uno compra en el rancho (porque digamos la verdad, es un rancho), ahora se lo lleva el agua». Dice que de a ratos, sale afuera, solo, para llorar sin que lo vean. Y Rosana espera a que se apaguen las luces para soltar su pena. Encima, a ella se le perdió en el apuro la cartera con los carnet de vacunación de los chicos y las partidas de nacimiento. Llovía mucho cuando salieron, estaban nerviosos y el agua les daba en la cadera. Cada tarde, con el bote de Cristian -que ya no pesca- salen él y Leandro a recorrer cerca de la casa, a ver si todo está en orden. Pero solo se ve el techo ya. «Te amarga la vida, todo se rompe o pierde», dice Rosana.

Cada familia se ubica en un box de 6 por 5 metros, hecho de alambres y plásticos negros gruesos, de dos metros de altura. Adentro, hay camas, colchones, los muebles que lograron salvar, canarios, perros, cardenales. «Son 168 evacuados, y esperamos a cuatro familias más», nos dice el Mayor Galo Fait, segundo jefe del regimiento y nuestro guía por las barracas. Afuera, hay verde, árboles y muchos camiones estacionados. Y el río Uruguay, a la distancia, pero al acecho. Ayer, estaba estacionado, pero el pronóstico anuncia más lluvias para la cuenca entre lunes y miércoles. El ejército colaboró con las mudanzas y hay un equipo de hombres esperando para salir veloces al primer alerta.

Algunos, comen en el comedor, enorme y largo. Otros se llevan la ración familiar a las barracas y comen en sus boxes. Tienen miedo de que allí mismo, alguien les robe lo que lograron salvar del agua.

Otros centros son un tanto distintos. Escuelas, clubes, las familias se alojan en aulas y tapan las ventanas con manteles o diarios. En uno de esos lugares está Antonio Berdún (46) con su mujer y sus dos hijos. Es albañil y sigue saliendo a trabajar todos los días de 7,30 a 16. «Muchos continúan yendo al laburo», dice. Es el delegado de su centro de evacuados. La gente lo votó porque tiene experiencia: es su quinta evacuación. Él escucha pedidos, trata de conseguir agua potable, pañales. Lleva 8 días allí. Viene del barrio Nevel y lo evacuaron primero preventivamente. Ahora, todo está bajo agua. «Vienen bichos, mosquitos y alimañas con el agua», dice. Perdió una heladera y un ropero. «Los ánimos de la gente decaen por las pérdidas. Yo me siento bien. Hay buena comida, médicos, nos tratan bien. Pero pedimos casa donde no se inunde».

Lo mismo dice Daniel Leiva (20), con sus hijitos de 13 días y 3 años. Fue el primer evacuado de Concordia. Daniel trabaja con un carro, hace changas, es cartonero. Logra unos 200 o 300 pesos al día. Su mujer cobra AUH (1300 pesos por los dos chicos). Hace 6 días que están allí. Los trajo un camión municipal. Perdió sillas, mesa, ropero con la ropa del bebé. De noche, toman mate afuera. A medianoche, todos adentro y a cerrar las puertas por seguridad.

«Me siento re mal. No tengo trabajo. Y encima, esto. Perdimos todo y no sé qué pasará cuando volvamos a casa». Daniel, con sus 20 años, se quiebra, tirado en un colchón. Ojalá su hijo de 13 días no viva lo mismo que él.

 

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