Detalla que “el componente alimentario que mayor impacto tiene en los niveles de colesterol sanguíneo son las grasas saturadas, las cuales se recomiendan que no excedan el 10% de la energía diaria. Estas predominan en alimentos tales como carne vacuna, fiambres, snacks, leche, quesos y yogures enteros, la manteca y la crema”.
“La carne de pollo tiene muy bajo contenido de grasas saturadas. En promedio, una porción mediana sin piel cubre menos de la décima parte del total sugerido de este tipo de grasas para una alimentación de 2000 kcal. La pechuga de pollo aporta tan solo 45mg de colesterol cada 100 gramos de carne, mientras que la pata tiene un contenido apenas superior”, describe.
Asimismo, el organismo manifiesta que el pollo es “un alimento magro por excelencia, ya que el 70% de su contenido total de grasas se encuentra en la piel y en un panículo adiposo abdominal, fácilmente removibles en forma manual desde antes de la cocción”.
“El resultado es una carne con un contenido de grasas totales muy escaso y con predominio de grasas insaturadas, que contribuyen a mantener la salud cardiovascular”, apunta.
El colesterol que circula por la sangre puede ser de distintos tipos. Los más importantes son:
Colesterol LDL: es el que circula por la sangre en dirección a los tejidos. La mayoría del colesterol circulante es de este tipo. Comúnmente se denomina “colesterol malo” debido a que un nivel alto aumenta el riesgo de enfermedad cardiovascular.
Colesterol HDL: es el generalmente llamado “colesterol bueno”, ya que transporta el colesterol desde otras partes del cuerpo de vuelta al hígado, desde donde se elimina. Tener un nivel alto contribuye a disminuir el riesgo de enfermedad cardiovascular.
“Si el nivel de colesterol LDL se encuentra elevado, se deposita en las paredes de las arterias y, con el tiempo, se acumula junto con otras sustancias. Así forma una placa que provoca la obstrucción y el endurecimiento de las arterias y hace que la sangre circule con dificultad”, finaliza el estudio.
La Nación