Condenaron a diez años de cárcel a los jefes del clan Ale, los acusados de raptar a Marita Verón

Fue la organización criminal más poderosa del interior del país, con negocios que llegaron hasta el fútbol y el poder político.

clan-ale-2 El Tribunal Oral Federal de Tucumán les impuso duras penas y millonarios decomisos en un largo juicio motorizado por la UIF y la PROCELAC. El testimonio de Micaela, hija de Marita.

Una foto tomada hace casi veinte años retrató a Rubén Eduardo Ale, «La Chancha», en una apretón de manos enérgico con el ex gobernador de su provincia, José Alperovich. Las sonrisas de ambos lados son obvias en la imagen: Ale y Alperovich se alegraban mientras una mano engrasaba a la otra. Con esa foto, el poder crudo y mafioso de «La Chancha» llegaba a la cima. Con los años, con el correr del tiempo, su conquista del submundo criminal tucumano se volvió a un hecho. Ale, junto a su hermano mayor, Adolfo Ángel, «El Mono», condujo al clan más poderoso del crimen del interior del país en la historia reciente, cuyo nombre atravesó la desaparición de Marita Verón bajo sospechas de rapto y red de trata, un pulpo cuyos intereses incluyeron, según las imputaciones judiciales, narcotráfico, el juego clandestino y los cobros extorsivos.

Susana Trimarco lo señaló como el máximo responsable del secuestro y desaparición de su hija, Marita Verón, uno de los mayores enigmas de la historia policial argentina. Sin embargo, Alé nunca fue condenado por este crimen, por el cual también estuvo imputada su ex pareja, María Jesús Rivero. En 2012, la absolución masiva de 13 imputados tras el juicio por la desaparición de Verón devino en un escándalo nacional. Dos años después, Trimarco acusó a los jueces responsables del fallo de haber recibido 6 millones de dólares del clan, una denuncia que ratificó en la Justicia.

Así, en 2013, la Justicia federal tucumana tomó otro rumbo contra los Ale: decidió investigarlos por su asociación ilícita y lavado de activos. El expediente, a cargo del juez Fernando Poviña, alcanzó 60 cuerpos, con las declaraciones de más de 400 testigos.

La Unidad de Información Financiera fue querellante en el juicio junto a la PROCELAC; Mariano Federici y María Eugenia Talerico, presidente y vicepresidente del organismo respectivamente, viajaron a San Miguel para asistir al proceso así como el titular del organismo antilavado de la Procuración, Gabriel Pérez Barberá. El aporte de la UIF en la causa fue clave, con un extenso informe que reveló la dimensión de la fortuna y el patrimonio de los Alé. El número final fue sorprendente: casi 40 millones de pesos en maniobras financieras, con una larga lista de propiedades, más de 100 vehículos entre autos y camiones y 72 armas de fuego valuadas en más de 400 mil pesos. La imputación alcanzó a los hermanos Ale, a María Jesús Rivera, a Valeria Bestán, otra ex pareja de «La Chancha» y a otros diez imputados, entre ellos presuntos sicarios de «El Mono» como «Ututo» Ocampos y Enrique Chanampa, ligado al brazo narco del clan.

Hoy por la tarde, mientras la Capital Federal se sumía en disturbios con decenas de heridos, la historia del Clan Ale llegó a su aparente fin. «La Chancha» y «El Mono» fueron condenados por el Tribunal Oral Federal luego de cuatro meses de juicio a diez años de cárcel cada uno como jefes de una asociación ilícita, considerados culpables del delito de lavado de activos. Fueron, en total, trece condenados y tres absueltos: Rivero recibió una pena de seis años, Ocampos y Chanampa unos seis y cuatro años respectivamente. Las multas impuestas a los hermanos Ale fueron de una particular dureza: ocho millones para cada uno de ellos, además de un decomiso total ordenado por cuatro millones. El juzgado ordenó mantener la prisión preventiva hasta que llegue el encarcelamiento: los Ale habían perdido su libertad días antes de la sentencia.

Las penas y multas impuestas tuvieron cierta distancia de lo pedido por los fiscales de juicio Pablo Camuña y Agustín Chit, que reclamaron 13 años de cárcel para los hermanos junto a las suspensiones de varias de sus empresas de transporte por cuatro años, la extracción de nuevos testimonios para investigar un presunto fraude en el club San Martín más la posible participación de otros 17 sospechosos en la asociación ilícita.

El fiscal Pérez Barberá aseguró en su alegato ante el TOF tucumano que los Ale contaron «con la capacidad financiera y operativa suficiente para coordinar y ejecutar el despliegue de personas que formaban parte de la organización – en muchos casos valiéndose de armas de fuego de diverso calibre – para llevar a cabo conductas delictivas, tales como la trata de personas con fines de explotación sexual, narcotráfico, amenazas, extorsión, apropiación de bienes, privación de la libertad, daños, lesiones, coacciones y demás menoscabos relatados respecto de deudores, todo lo cual habría sido posible a partir de la connivencia de los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley, tanto en el ámbito judicial como policial» y que contaba con «evidentes recursos económicos y vinculaciones personales que le permitían desenvolverse en un contexto de absoluta impunidad».

Sin embargo, la condena no representa ninguna paz para Micaela, hija de Marita Verón, hoy de 18 años, ningún cierre. Siente la Justicia le debe algo: los cargos por los cuales los Ale irán a la cárcel nada tienen que ver con su madre.

«Que estén condenados por otras causas y no por los delitos cometidos contra mi mamá, realmente es una desilusión de la Justicia, del aparato estatal. No le deseo a nadie que experimente la injusticia desde tan cerca. Sí, se condenó a estas dos personas, pero hasta hoy mi abuela y yo tenemos custodia, los abogados nos piden que tengamos cuidado. Las heridas que tengo por todo este dolor, por no tener a mi mamá, por ser consciente de todas las cosas que pasan un montón de pibas que están en la misma situación que estuvo o está mi mamá… No sé dónde está, no sé qué sucede. Y no se va a iluminar esta oscuridad porque les den diez años de condena, porque es gente que contamina el planeta. No les deseo la muerte porque eso es oscurecerse uno mismo, pero me gustaría que las cosas fuesen diferentes, yo no siento que las cosas vayan a cambiar»

-¿Creés que alguna vez dirán lo que saben sobre tu mamá, si es que saben algo?

-No lo sé, yo no entiendo el juego que juegan. No entiendo cómo se manejan. Y agradezco no entenderlo. Si lo entendiese, me haría mucho daño. No espero nada de ellos, no los odio. Pero los que se tenían que encargar de ponerlos en su lugar están fallando.

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