Entre guitarrones y requintos: Mario Moreno y su apasionante oficio de construir instrumentos

 

 

 

De profesión médico, Mario Moreno tiene el oficio y la pasión de ser lutier, aunque prefiera el término guitarrero, la acepción española para denominar al que construye instrumentos musicales de cuerda.

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Tiene 66 años y cada día, sin importar la estación del año ni el día de la semana, llega hasta su taller, detrás del patio de su casa, para hacer lo que más le gusta: construir requintos, guitarras y guitarrones, pero también enseñar el oficio a quien aparezca con serias intenciones de aprender, porque para Mario la guitarrería se trata, como todo otro conocimiento, de compartir la información para que siga creciendo.

 

De la escucha a la construcción 

Mucho influyó en su amor por la música el contexto en el que creció. Nacido en Gualeguay, pero con una infancia trascurrida en Holt Ibicuy, las radios AM de Buenos Aires, los canales de televisión por aire y hasta la cotidianeidad de la vida ferroviaria forjaron al lutier. “Para los más viejos era conocido el recorrido del tren General Urquiza de Posadas a Lacroze, la terminal de Ibicuy con talleres al lado del río Paraná, la transferencia del tren que subía a un barco, un ferry que lo llevaba completo con 40 o 50 vagones, hasta Zárate, donde lo descargaba y seguía a Lacroze”, recuerda.

“Ese es el escenario geográfico, asociado a la música que se escuchaba en la década del 60. Había una sonoridad musical del folklore, con una revisión y puesta en escena de una cantidad de música del interior del país, más el tango”, reseña Mario, al tiempo que precisa que “se escuchaba Radio Nacional, Belgrano, Continental, Mitre y además encontrábamos como estímulo que la televisión blanco y negro se veía muy bien en el lugar, por la cercanía de la señal. En los cuatro canales había muestras de cosas musicales, entonces ver a un guitarrista en la tele era muy frecuente, me acuerdo de Oscar Alemán, un guitarrista virtuosísimo”.

A todo ese caudal de información musical, se sumaban las vivencias en la casa de los abuelos, en Gualeguay. “Había un combinado y discos de pasta de Manuel de Falla con Danza ritual del fuego, las Marchas del Deporte y Estrellas y Franjas de Sousa y también de folklore, como Daniel Toro”.

Con ese bagaje de escucha, nació en él la inquietud de incursionar en el aprendizaje de un instrumento. “La guitarra empezó a estar disponible desde los 12 años y aparece además la necesidad de querer sacar sonidos rápido e ir a un maestro, don Julio Madera. Estaba enfrente a la Escuela Técnica Nº 2, era un pianista y por eso podía enseñar acordeón a piano, pero a su vez también guitarra. Los primeros pasos los daba él a muchos que le agradecemos esa virtud de ponernos en contacto con la escritura y la lectura de la música”.

Esos primeros años como ejecutante despertaron en Mario otros intereses. “La curiosidad por el sonido del instrumento hacía que uno quisiera averiguar qué había adentro de la guitarra, como estaba muy sana yo no podía desarmarla, pero un día se cayó, se rompió un poquito y tuve que intervenir a mirar qué había, aunque encontré aire nada más”.

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 -¿Fue tu primer intento de reparar un instrumento?

-Primero recurrí a Joaquín Dorrego, un personaje que fabricaba instrumentos en la calle Halkett y Las Guachas, hoy Asef Bichilani. Era un señor mayor y yo llegué para que la arreglara, pero más para curiosear qué hacía él, pero no estaba muy dispuesto a brindar información. Eso fue al final de la secundaria y yo tenía toda la inquietud de fabricar un instrumento. Ya en la universidad, un verano vuelvo a Gualeguay y voy al taller de carpintería de Aureliano Acosta, que estaba en calle Maestro Sardi. Como las maderas se cortaban en un ratito, logré armar un instrumento, que tenía la precariedad de ser el primero y sin ninguna información. Me lo llevé a Rosario y lo teníamos tocando, ese fue el inicio de la tarea.

La medicina sería la que, sin pensarlo, le dejaría el tiempo libre para dar rienda suelta a su pasión. “Cuando regreso de Rosario, después de 11 años, estaba afectado a la Guardia del Hospital San Antonio. Era pasiva, pero había que ir permanentemente al Hospital, así que mis fines de semana, que podría haber ido a disfrutar del río Gualeguay, quedaron vedados para siempre y anclé mi tiempo libre en mi casa, donde tenía un pequeño tallercito”.

“Todavía no había información, ni catálogos, ni internet, ni Youtube y si bien había bibliografía no estaba disponible. Después nos enteramos que Ricardo Muñoz escribió sobre lutería allá por la década del 40, un maravilloso libro que tienen de bibliografía en el exterior, y aparecieron los catálogos que hubiese estado bueno tener en los comienzos, por lo cual el aprendizaje fue ensayo y error”, explica.

Sin embargo, a esas pruebas iniciales se le sumó el saber de quien sí estuvo dispuesto a compartirlo. “En 1987 lo conocí a Tito Vescina, que era herrero, pero en su tiempo libre construía instrumentos y fue muy generoso en ofrecer lo que sabía. Él logró sin mayor conocimiento que esto del ensayo y error hacer un montón de instrumentos que hoy están siendo tocados en Gualeguay. Valentín Cosso tiene una de él y Las Guitarras Gualeyas tocan con instrumentos que hemos hecho acá”, revela, mientras muestra la última construida por Vescina en 1993 y que hoy está siendo reparada.

“Yo venía quebrando madera, literalmente, porque no sabía cómo doblarla y porque el espesor debía ser inferior a dos milímetros y había que humedecerla, calentarla, domarla y enfriarla; empecé a recibir información que no tenía y se inició un proceso de trabajar sabiendo cosas. Mi primer instrumento oficial es del año 87, el anterior no lo cuento, porque era una especie de nidito de loro con un mango, aunque tenía afinación, sonaba y nunca se torció el mástil de la guitarra porque la madera era buena”, refiere, en tanto trae a la memoria que fue su compañero de escuela Néstor Casagrande quien armó muchas de sus primeras máquinas.

Con la información compartida por Vescina y un catálogo con gráficos acercado por Néstor Mochi, que luego se radicó en Italia, Mario empezó a tener otros recursos. “Néstor también construía instrumentos y cuando se fue hubo un intercambio, él hizo un curso en España y entonces había algo más académico, más fundamentado, con conocimiento de las maderas, de las herramientas y de los procedimientos”.

 

Del requinto al guitarrón

Su actividad como lutier tuvo un momento de gran dinamismo, que se dio junto a una iniciativa de Juan Falú en toda Argentina. “Guitarras del Mundo congregó muchos ejecutantes de la guitarra clásica, de la música académica y de la popular y, concomitantemente con eso, Gualeguay venía teniendo una historia con los guitarristas y los guitarreros, que siempre los tuvo buenos, de formación académica o intuitiva”, asegura.

“Como nuestra ciudad fue sede en algún momento de Guitarras del Mundo, me contacté con Ricardo Cary Pico, que pergeñó talleres de música popular y en el 2005 se hizo uno, dictado por Esteban Pérez Esquivel, para fabricar guitarras de cartón, porque siempre se supo que la parte sonora de la guitarra es la tapa armónica”, señala el lutier, a la vez que evoca que “cuando Cary estuvo de director de la Escuela de Música dio impulso a los ejecutantes de la guitarra, del requinto, que es una guitarra más chica, y el guitarrón, que es una guitarra más grande”.

Fue entonces que “Cary gestó la orquestarra Juan Ledesma, de la cual hay grabaciones, y propuso un método de escritura para los agudos como el requinto, intermedios como la guitarra y graves como el guitarrón, además de conseguir recursos para construir los instrumentos para esa orquestarra. Eso fue de 2005 en adelante y motivó el uso de ese tipo de ensamble musical de cuerdas agudas, intermedias y graves en otras partes del país. Hoy en otros lugares esos formatos de orquestación que se originaron en Gualeguay están tomados, suenan más afuera que acá…”, afirma.

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Sus instrumentos

Se resiste a admitirlo como su especialidad, pero sin dudas es lo más reconocido de su producción. “El guitarrón se conoce por Alfredo Zitarrosa, por el tango, por la música cuyana y se ha fabricado asiduamente en este taller. Hacer guitarrones en Gualeguay lo reconocen en Chaco, en Mendoza, en Rosario, en distintos lugares, porque tiene una sonoridad particular”, concede.

 -¿Qué se tiene en cuenta para la construcción?

-Debe haber un equilibrio entre el espesor de la madera, la sonoridad y una estética. Siempre decimos que es preferible sacrificar un poco el sonido en pos de una estructura que perdure en el tiempo, porque la guitarra tiende a curvarse en el mástil y a hundirse donde tocan las cuerdas, entonces habla muy bien una que pasaron décadas y se mantiene, que las hay como las de las de la antigua fábrica Núñez de principios del siglo XX.

 -¿Qué maderas se usan?

-Siempre hay materiales clásicos para usar por una cuestión de estética y sonoridad. Para la tabla armónica, que es la parte donde va prendida la cuerda, siempre se usó abeto europeo o cedro canadiense. En los aros y en el fondo usan palisandro, que está en la India o en Brasil, con una estética y una sonoridad muy buena. En la tablita de arriba, que se llama diapasón y que va pegada al mástil, se usa ébano, que es una madera negra.

“Como son costosas y difíciles de conseguir —agrega— las hacemos con lo que tenemos, pero debe ser una madera que se haya secado de determinada forma y que tenga un buen corte. Tengo un ciprés de Gualeguay, una madera muy buena para los aros y el fondo, desde 2014 y todavía tiene resina. También se puede usar el plátano que tenemos acá, el tilo, el paraíso y una cantidad de maderas locales. Hemos hecho guitarras de ciruelo, de árbol de durazno y de alcanfor, que es un descubrimiento reciente. El alerce del sur de la Argentina es muy bueno para la parte de adelante, pero es un árbol protegido y es difícil conseguir”.

 -Para ser lutier hay que saber de música, de carpintería, de maderas…

-Tenés que saber de herramientas y su mantenimiento, de carpintería, de acústica, hasta de botánica, porque las nomenclaturas del nombre vulgar de las maderas varía tanto de un territorio a otro que lo que es el timbó en la zona mesopotámica es el pacará en Jujuy y Salta, así que hemos ido aprendiendo a ver el nombre científico y la familia de esas maderas.

 -¿Cuánto tiempo lleva construir una guitarra?

-Entre 60 y 80 horas, en mi caso es entre dos meses y medio y tres por el tiempo diario que dedico. La idea es no apurarse y revisar lo que uno está haciendo.

 -¿Hay muchos pedidos?

-Mi objetivo nunca fue el volumen de trabajo, lo mío sigue siendo una pasión, tan así que puede haber 35 grados y yo vengo a la tarde un ratito, siempre. Además por mi tiempo laboral no puedo. Los pedidos son por el boca a boca, no hay página de internet ni nada. Es la pasión de seguir haciendo instrumentos y la posibilidad de ver que algunos están con expectativas de aprender.

 -¿Es guitarrista además de guitarrero?

-Toco para mí. Si bien fui a estudiar a lo de Julio Madera, después depende del tiempo que se dedique y del talento personal, quizá hubo un poco de algo, pero uno queda eclipsado por el talento y el tiempo de otros. No me hago una autocrítica negativa, estoy en condiciones de leer algo que está escrito y rumbear a tocar algo, pero se necesita disciplina.

 -¿Qué es lo que tanto apasiona del oficio?

-Falú tiene una frase que habla de que en lo impredecible del resultado reside la pasión, porque uno hace una herramienta para el ejecutante, que puede ser exigente a la hora del resultado, pero es difícil ofrecerle seguridad en eso. Sabés que va a estar dentro de un estándar, pero la súper guitarra a veces es la que hiciste, nadie la probó, pasó el tiempo y algo mejoró, un paso del tiempo que le da mayor sonido.

“Y el estímulo más grande —expone— me lo dio ese espaldarazo inicial de construir instrumentos para la orquestarra y que además generó después la llegada de gente al taller. El primero había sido, a mediados de la década del 90, Julio Acosta, que vino con toda la humildad a decirme que quería aprender algo, entonces empezamos a charlar y aprendió el oficio. A partir de él vinieron otras personas y se les transmitió lo que era vedado en mis comienzos”.

Mientras nombra a sus admirados Atahualpa Yupanqui, Oscar Alemán, Antonio De Torres, Eduardo Falú y el cuyano Tito Francia, nos despide en la guitarrería La incertidumbre, donde si hay algo seguro es el amor por la música.

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