El número de personal sanitario afectado llega a 5700. Las comunidades religiosas, donde viven ancianos misioneros, también fueron alcanzados. “Rezan, enferman y mueren”.
En su nombre, Daniela Trezzi de 34 años, enfermera en la terapia intensiva del hospital de Monza, templo del dolor y la angustia de los enfermos más graves por la infección del coronavirus, los miles de trabajadores de la Unión Sindical de Base (USB) hicieron huelga este miércoles para obligar a cerrar más fábricas cuyo funcionamiento hace peligrar la salud pública. Ella no se enteró porque hace algunos días la encontraron ahorcada en el mismo hospital. No daba más, estaba desquiciada por el estrés. Había quedado contagiada por el virus, temía haber contagiado a otros. Agotada por el trabajo, el espectáculo funesto de muerte y sufrimiento a su alrededor la llevaron al suicidio.
“Demasiado alto el precio que estamos pagando. Ya hubo otros suicidios”. Daniela vivía sola y queda una foto con la mascarilla, dos ojos bellos y vivaces. “No la olvidaremos nunca”, dicen sus compañeros. Daniela, elevada a símbolo del sacrificio y la solidaridad porque vivía obsesivamente para salvar a los pacientes, eleva al martirio la muerte o el contagio de casi 5.700 médicos y personal sanitario en los hospitales donde se combate en primera línea el coronavirus.
Son hasta este miércoles 29 los médicos que han perdido la vida. Los dos últimos son Rosario Lupo, de Bérgamo y Giuseppe Fasoli, médico jubilado que se había presentado voluntario en Brescia, donde la necesidad de profesionales es desesperante.
Los hospitales de la primera línea en la lucha contra la pestilencia son escenarios de luchas heroicas, pero también focos de nuevos brotes del corona virus. “Algo no funciona”, dijo el profesor Massimo Galli, primario de enfermedades infecciosas del hospital Sacco de Milán, uno de los expertos más escuchados.
Es sabido y aceptado que la epidemia iniciada el 21 de febrero partió del hospital Codogno de Lodi, la provincia sureña de la Lombardía. El virus se había infiltrado hacía dos semanas en la zona y los que fueron por problemas pulmonares al nosocomio infectaron a todos: médicos, enfermeros y a los otros pacientes.
Enrico Bucci, profesor de Biología de sistemas de la Universidad de Filadelfia, señaló que “en condiciones normales, al comienzo de la epidemia cada contagiado infectaba en promedio a otros 2,5. En algunos hospitales lombardos la capacidad de contagio se expandió a 6 y 7 enfermos. O sea que un contagiado en Primeros Auxilios contagiaba a otros siete, que en pocas horas se hacían centenares”.
“Los médico no están preparados porque hace generaciones que en Italia no se ha visto un epidemia como esta”.
Pier Luigi Lopalco, de la Universidad de Pisa, atribuye el desastre al hecho de que la normal organización de un hospital no está preparada para afrontar un virus “que se trasmite por vía aérea y con una alta tasa de contagio, que lo convierte en centro de difusión”.
Mientras toda Italia se encierra en su casa, los hospitales, señala Lopalco, “son los únicos lugares donde miles de personas se encuentran en estrecho contacto”.
La solución sería reducir las relaciones interpersonales, impidiendo el traslado del personal de un sector a otro. “En las estructuras especializadas en enfermedades infecciosas las precauciones son la practica, pero a esto no se presta mucha atención en los hospitales generales”, señaló Giuseppe Ipppolito, director científico del Instituto Spallanzani de Roma, el mejor hospital en la especialidad de Italia.
El microbiólogo Andrea Crisanti, de la Universidad de Padua, considerado el padre del exitoso modelo Véneto que ha logrado contener más que en ninguna otra región el avance del corona virus, sostiene: “Temo que en Italia falta la cultura para afrontar epidemias”. El profesor Bucci constata que “los médico no están preparados porque hace generaciones que en Italia no se ha visto un epidemia como esta”.
El gran riesgo es que el alto número de personal sanitario infectado hace ralear las filas de los que combaten en primera línea al virus. Por eso están siendo convocados miles de médicos y enfermeros, frescos de laurea, e Italia pide ayuda a otros países. Ya han llegado grupos de médicos de Cuba y Rusia. Se esperan otros pero no de Europa, ocupados como están en sus propias epidemias del virus.
Enfermera se arroja al mar
El estrés nervioso, el agotamiento y el dolor por la tragedia de los enfermos que veía todo el día todos los días, se combinaron también para que la enfermera Silvia Luchetta, 49 años, del hospital de Jesolo, en el Veneto, pusiera punto final y se arrojara al mar.
Silvia era una de las más activas en la relación con los pacientes. Las enfermeras se comunican en terapia intensiva con los pacientes entubados mostrándoles carteles. “Estas bien?” “Llamó tu hijo” “Estás mejor, te mandamos a otro sector”. En la sala ahora huérfana de la enfermera Luchetta han quedado los carteles con los que trataba de levantar el ánimo de sus amigos, los enfermos. No se atreven a contarles lo que pasó a pacientes que están al borde de la muerte, prefieren decirles que Silvia fue transferida.
También el mundo católico está siendo estragado por la epidemia. Son más de sesenta los sacerdotes y las monjas muertos desde el comienzo de la epidemia. En Bérgamo, ciudad de sólidas raíces religiosas, donde muchas familias tienen un cura o una religiosa entre sus miembros, suman ya 24 los fallecidos.
Entre las monjas, el último caso es el del convento de Tortona de las Pequeñas Hermanas Misionarias de la Caridad, de la familia de don Orione. Cinco de ellas murieron, incluída la madre superiora Ortensia Turati de 88 años, y 41 han debido ser transferidas, contagiadas por el coronavirus, en otras estructuras. También el padre confesor Cesare Concas, de 81 años, falleció el viernes pasado.
La historia más trágica es la de la “casa”, la sede internacional de los padres Saverianos en Parma, misioneros que han vivido decenas de años en África, Asia, América Latina, y son ahora reacios a pedir ayuda después de haber pasado la vida brindándola a los demás.
Están contagiados del virus y desde hace dos semanas casi todos los días muere uno. Son ya trece los fallecidos. El padre Rosario Giannattasio, superior, informó que han decidido aislarse “para no tener contactos y poner en peligro a los otros, que están fuera de nuestros muros”.
Por un ascensor les llega la comida. “Comemos a dos metros de distancia uno del otro”, explica el superior. Pero todos están contagiados por el virus. “Rezamos, nos enfermamos y morinos. Pero ahora alguien debería venir a ayudarnos”.
Una docena de los misioneros ya no pueden abandonar el lecho. “Nos falta el oxigeno, no respiramos. Ninguno se ha hecho un examen médico, pero sabemos que es la epidemia. Solo dos fueron a un hospital. Los otros seguimos aquí, hasta el final”.