Es dueño de Soychú y fabricante del energizante Speed y está prófugo hace un mes por la muerte de 5 jóvenes en la fiesta electrónica de Costa Salguero.
Un hombre no es desdichado a causa de la ambición, hasta que ésta lo devora» / Montesquieu
A veces se lo tiene todo pero no alcanza. Walter Andrés Santángelo es multimillonario. Con sus hermanos integra el directorio de Soychú, la segunda productora avícola de la Argentina. Vive en un lujoso country del Oeste del Gran Buenos Aires con su mujer y su hijo, tiene 9 autos a su nombre y es el presidente de Energy Group, fabricante del energizante Speed, que viene multiplicando sus ganancias año tras año. Con sus hermanos y primos son un clan inseparable y exitoso. Pero nada de eso alcanza. Ahora está prófugo desde hace un mes, con pedido de captura internacional a Interpol por parte de la Justicia Federal, acusado de ser cómplice por la muerte de 5 jóvenes en la fiesta electrónica de Costa Salguero.
La situación de Walter afecta a su numerosa familia y a sus empresas. En Gualeguay, la localidad entrerriana donde está asentada la planta principal de la avícola, no se habla de otra cosa. Allí la planta de los Santángelo emplea a 2.000 personas y es la principal fuente de trabajo del pueblo. «La empresa paga 12 millones de pesos por mes en sueldos. Eso multiplicado por el año es casi el presupuesto total que tiene para funcionar el municipio de Gualeguay, de 40.000 habitantes», cuenta una fuente local.
La situación actual de Walter Santángelo se siente en la página web de Soychú. Allí se detalla toda la historia de la empresa, pero el ítem «Nuestra gente» está vacío. No hay nada que mostrar ahora, con el director de la compañía encargado de los negocios internacionales en situación de prófugo.
En Energy Group la cuestión también se siente fuerte. «La empresa está funcionando en casas particulares. Muchos de los directivos y empleados ni van a la oficina por miedo a que vaya la Policía a hacerles preguntas, y nadie sabe qué pasará hasta que Santángelo se entregue. O lo atrapen…», dice un empleado que pide anonimato. El personal lo está pasando mal: este jueves la Justicia embargó las cuentas corrientes de la compañía y están teniendo problemas para cobrar sus sueldos.
Fundada por los padres de los actuales dueños en 1962, la productora de pollos -nave insignia de los Santángelo- creció con los años hasta transformarse en un gigante de la actividad. Ahora tiene una planta de 10.000 metros cuadrados en la que se envasan 8.000 pollos por hora. Y agregaron granjas de cría en Nonogasta, La Rioja. Ese crecimiento le trajo algunos problemas: tuvo varias denuncias por contaminación de las aguas en ríos y arroyos entrerrianos donde la planta vuelca sus desechos, y algunas peleas con el intendente de turno por esa situación. Pero la política siempre termina poniendo las cosas en su lugar.
La empresa fue beneficiada con la exportación de pollos a Venezuela y a Angola durante la segunda presidencia de Cristina Kirchner y el crecimiento en las necesidades de producción hicieron que las cuestiones ambientales pasaran a un segundo plano. La política local jugó a favor: mejor no molestar con nimiedades a la empresa que da trabajo al pueblo, financia el publicitado carnaval local y ayuda a crecer al país con sus exportaciones. Eso, a pesar de los vecinos que viven cerca de la planta y, aún hoy, sigue quejándose por los olores nauseabundos.
En esos tiempos de crecimiento exponencial, fines de 2012, Soychú festejó sus 50 años de vida con una celebración a lo grande. En un complejo de carpas gigantes instaladas en la Sociedad Rural de Gualeguay, más de 3.500 invitados disfrutaron de un almuerzo de gala donde 300 mozos sirvieron 1.250 kilos de carne asada. A los postres hubo un show en vivo de Soledad.
Dos asistentes a esa fiesta juraron ver entre los invitados, revoleando la servilleta al ritmo de La Sole, al abogado Víctor Stinfale, amigo de la familia.No fue la primera vez que Stinfale habría estado en la ciudad. También lo recuerdan por allí en plena tarea profesional, hace un tiempo, defendiendo a una banda de piratas del asfalto.
Walter Santángelo ya hacía tiempo que había diversificado los negocios. Seguía con un pie en el campo entrerriano, los pollos y el folclore de una empresa nacional y exitosa, pero tenía el otro -y en éste ponía su mayor concentración- en un mundo opuesto. Las fiestas electrónicas y los energizantes.
A ese mundo se asomó de forma inesperada, aunque no por casualidad.
Lo hizo de la mano del abogado que anduvo por las carpas de la Rural de Gualeguay, con quien se conocen del barrio y de la vida. Los Santángelo son de Ramos Mejía, igual que Víctor Stinfale, el profesional mediático que instaló su nombre en aquel patriarca de los realities que fue el programa de Mauro Viale en los 90. Abogado de Maradona, del Gordo Valor y de otras figuras que combinan en dosis parejas deporte, celebridad y hampa, Stinfale escuchó una tarde una idea de su esposa, Andrea Fasano, que volvía de un viaje a España junto a su madre. Fasano había entrado a un supermercado en Valencia y vio la góndola de las bebidas energizantes, que en la Argentina no existían. Fue ella la que pensó que Speed -cuentan que le gustó la combinación de los colores de la marca, negro y rojo- podía ser un suceso en el país. Pero necesitaban capital para conseguir en la casa matriz austríaca la licencia de fabricación local. Y entonces Stinfale pensó en su amigo millonario. El de los pollos.
«Importemos dos contenedores, y después vemos», le contestó Walter Santángelo. Los vendieron enseguida. Y fueron por más.
Los vínculos de Stinfale con los Santángelo son profundos. «Cualquiera de los Santángelo te dice:’Nosotros lo tenemos a Stinfale’. Es un vínculo de afecto. Ellos lo sienten como a un cuidador legal de la familia, independientemente de los negocios que tengan juntos», cuenta un vecino de Ramos Mejía que se crió cerca de las dos familias. «Son un grupo de gente de más o menos la misma edad a los que les gustaba la noche de Ramos», define. La época de oro de Pinar de Rocha, el boliche de Daniel Bellini, luego preso por falsificar dólares en una quinta del conurbano y por el crimen de su mujer, Morena Pearson. Naturalmente, el abogado que lo defendió fue Víctor Stinfale.
«Stinfale sabe todo de los Santángelo, ¿entendés? Todo. Por eso si él les dice que quiere estar en Energy Group como socio pero no figurar en los papeles, así se hace…». Esa es la mirada que el fiscal Federico Delgado y el juez Sebastián Casanello tienen sobre el asunto.
Los energizantes se multiplicaron al calor del ritmo electrónico y la empresa que en los papeles es de Santángelo y para Delgado y Casanello es también de Stinfale, no tardó mucho en descubrir que el combo de la noche electrónica incluía drogas de diseño y, al final, agua. Toda el agua que hiciera falta para esos cuerpos sudorosos, frenéticos, de corazones palpitantes, que piden hidratación mientras se disuelve la conciencia.
Si hay más droga hace falta más agua.
Por eso, opina la Justicia, la empresa de Santángelo empezó a fabricar Block, agua presuntamente mineralizada (los estudios que ordenó la Justicia sólo dicen que es «potable», igual que el agua de la canilla) de consumo casi exclusivo en las fiestas electrónicas. Que no tiene publicidad, porque no le hace falta: es para clientes cautivos.
Si en la Time Warp de Costa Salguero hubo 20.000 personas, como certificó la Justicia, y cada una de ellas tomó dos botellitas -lo mínimo en seis horas de baile sin parar y clima agobiante y sin ventilación- la empresa vendió 40.000 unidades sólo esa noche. A 40 pesos la primera y a 60 la segunda (los testimonios dicen que se vendía a esos valores), cada uno de los asistentes gastó 100 pesos en agua, como mínimo. Dos millones de pesos sólo en botellitas de agua potable. Casi 150.000 dólares en una sola noche. No está mal. ¿Cuántos pollos tiene que vender la avícola gigante de Gualeguay para facturar eso en unas horas?
Para el fiscal Federico Delgado, el enfoque del negocio estaba claro: «Más allá del evento musical o a propósito de él, se montó todo un dispositivo de libre venta de drogas como puente para el consumo de agua», y menciona los «baños colapsados, nula ventilación, altísimas temperaturas y grandes colas de personas para acceder a la compra de botellas de agua».
Santángelo le dijo a la Justicia, a través de un escrito, que él sólo era un proveedor de bebidas. Ni el fiscal ni el juez le creyeron. El estuvo esa noche en la Time Warp. Si era un simple proveedor de bebida energizante y agua, ¿qué estaba haciendo allí?
Su abogado, Mariano Cúneo Libarona, lo explica así: «Justo esa noche estaba en Buenos Aires el austríaco presidente de Speed a nivel mundial, y Santángelo lo llevó a Costa Salguero para mostrarle la fiesta». Se sabe cómo terminó.
La vida de Santángelo está complicada. No quiere ir preso, pero tampoco puede estar mucho tiempo más prófugo. «Los hermanos, los primos, toda la familia está siendo afectada por la situación. Le piden que se entregue y él quiere hacerlo, pero tiene pánico de ir preso», contó alguien de su entorno.
Para Cúneo Libarona, «esta causa es una caza de brujas. Hasta que no se aclare, él no se va a presentar. ¿Cómo puede ser que los inspectores de la Ciudad están acusados por delitos más graves que Stinfale y están libres? ¿Y los demás están todos presos? Los de Cromañón estuvieron libres al principio y acá cualquiera va preso,¿por qué? La causa es un verdadero disparate y no hay garantías…».
Walter Santángelo es rico y necesita estar cerca de su hijo. El 28 de este mes va a cumplir 52 años. Nadie entre quienes lo conocen cree que esté afuera del país. Lo sigue la sombra de una causa con 5 muertes jóvenes. Difícil adivinar si será la Policía o la presión familiar quien lo empuje primero al banquillo para responder si Stinfale es su socio y si juntos organizaron la fiesta que terminó en tragedia. Ahí ya no hay millones que valgan. Algún día tendrá que hacerlo.
Fuente: Clarín