Héctor Luis Zordán será ordenado obispo de la Diócesis de Gualeguaychú

Con una experiencia pastoral  muy amplia, Héctor Luis Zordán, nacido en Calchaquí, “hace sesenta años y unos meses” como él mismo dice, será consagrado este domingo Obispo de Gualeguaychú y pasará a pastorear las 36 parroquias de la Diócesis que abarca los departamentos de Gualeguaychú, Islas del Ibicuy, Uruguay, Gualeguay, Victoria y Tala. Deberá conducir a más de 50 sacerdotes que atienden una población que supera las 310.000 personas.

Monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo coadjutor de San Juan de Cuyo y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social manifestó que este domingo tendrá la alegría de consagrar a quien será mi sucesor en la Diócesis de Gualeguaychú.

UN NUEVO OBISPO ENTRE NOSOTROS (por Monseñor Jorge Lozano)

Hoy está sucediendo un acontecimiento muy importante: un nuevo obispo para la Iglesia en el sur de la Provincia de Entre Ríos. Los obispos somos sucesores de los Apóstoles quienes, junto al Papa (sucesor del Apóstol San Pedro), tenemos la vocación hermosa de servir al Pueblo de Dios de acuerdo con el corazón de Jesús, Buen Pastor.

Con todos los bautizados queremos seguir bien de cerca los pasos de Jesús, predicar su palabra que ilumina nuestro corazón y nos colma de alegría. Estamos llamados a alentar la misión por todo el mundo, como nos enseña el Evangelio que hoy proclamamos en las misas, tomando los últimos renglones del Evangelio de San Mateo.

Jesús Resucitado reunió a los discípulos en una montaña de Galilea, la Región en la cual todo había comenzado. Allí Jesús empezó a proclamar la cercanía del Reino de Dios y convocó a los primeros Apóstoles.

El mandato que les deja al despedirse es claro y sin ambigüedades: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. (Mt. 28, 19). El envío (“Vayan”) tiene como finalidad llegar a todas las naciones, culturas, grupos humanos. Posee un destino universal que abarca todas las dimensiones de la existencia. La Buena Noticia debe resonar en el interior de cada persona, e impregnar la convivencia social. Es un anuncio que busca renovar los vínculos de la humanidad con Dios, y por eso debe hacerlos sus hijos y hermanos de todos por medio del Bautismo.

Y qué hermosas las últimas palabras del Evangelio: “Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”. (Mt 28, 20) Y Jesús cumple sus promesas: nos acompaña cada día de nuestras vidas.

Este mandato lo acogieron los Apóstoles en su corazón, y con la fuerza del Espíritu Santo llevaron la Palabra y el Bautismo hasta donde pudieron alcanzar. Al llegar a una ciudad anunciaban la muerte y resurrección de Jesús, formaban la primera comunidad, y cuando abrazaban la fe por el Bautismo elegían a alguno y le imponían las manos para instituir diáconos, presbíteros u obispos. Y partían a otra ciudad. Estos obispos, a su vez, cuando estaban cercanos a la muerte o iban a predicar a otro lado, imponían las manos para consagrar a otros. Y así se fue dando sin interrupciones hasta nuestros días. A esto llamamos sucesión Apostólica.

Para todo el pueblo de Dios, y especialmente para los sacerdotes y diáconos, los obispos buscamos ser pares, amigos y hermanos.

La Diócesis es la comunidad de fieles laicos, religiosos, religiosas, diáconos, sacerdotes que tiene como misión, presididos en la caridad por el obispo, evangelizar y afianzar la Iglesia en un territorio concreto. Como nos dice Francisco, “es la Iglesia encarnada en un espacio determinado, provista de todos los medios de salvación dados por Cristo, pero con un rostro local” (EG 30).

Y nos enseña el Papa: “El obispo siempre debe fomentar la comunión misionera en su Iglesia diocesana siguiendo el ideal de las primeras comunidades cristianas, donde los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma (cf. Hch 4,32). Para eso, a veces estará delante para indicar el camino y cuidar la esperanza del pueblo, otras veces estará simplemente en medio de todos con su cercanía sencilla y misericordiosa, y en ocasiones deberá caminar detrás del pueblo para ayudar a los rezagados y, sobre todo, porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos” (EG 31).

Ser obispos no es un orgullo o un honor, sino una vocación de servicio a todos, creyentes y no creyentes, santos y pecadores, prolijos y desalineados… No somos constituidos príncipes sino servidores para tener “olor a oveja”, a pueblo. Cuanto más cerca de las periferias y los pobres, más parecidos a Jesús.

 

Hoy tendré la alegría de consagrar obispo a quien será mi sucesor en la diócesis de Gualeguaychú, Héctor Luis Zordán. Recemos por él para que Dios le dé un corazón de Buen Pastor, padre, amigo y hermano. Muchos nos encontraremos a las 16 hs en la puerta de la Iglesia Catedral. Demos gracias a Dios porque nos ama.

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